jueves 21 de febrero de 2002

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No tiene ninguna gracia quejarse de algo, si es que no vamos a hacer nada al respecto. O dicho más claramente, no tiene ninguna gracia quejarse.

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Una demora inesperada puede ser tomada como una jugarreta del destino para golpearnos como y donde más nos duele, o bien, una vez pasado el primer instante fugaz de furia asesina o quizás de autoconmiseración, según las posibilidades y gustos de cada uno, puede servir como una muy buena señal para aprovechar el tiempo y revisar lo que pensábamos hacer.

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Y yo pensaba que eso de mejorar las cosas que uno ha hecho también tiene un claro límite, una frontera de la cual no se debiera pasar.
Un punto en el que en lugar de mejorar se empieza a empeorar rápidamente.
Y entonces hay que saber parar a tiempo y dar por buenas las cosas mientras se puede, aunque uno crea que cuenta con tiempo material y con posibilidades de seguir dándole y dándole.