sábado 10 de enero de 2004

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el hombre que atendía el almacén le dijo al cliente que podía servirse él mismo el pan de la canasta mientras hacía otra cosa;
y unos días después, vio en el mismo lugar a un joven de unos doce años que hizo lo mismo delante suyo, revolvió todo lo que quiso con manos que se sospechaban de limpieza dudosa, pesó cuatro pancitos, devolvió uno a la canasta sin acertar desde lejos pero no importó, porque luego lo puso desde cerca, después de levantarlo del piso
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afeitarse todos los días cuando se quiere, cuando no se quiere, cuando es posible y cuando es casi imposible, pesa sobre los hombres como una carga para toda la vida, y no se comprende cómo los indigentes se afeitan y logran juntarse con los elementos de afeitar, comprándolos o como sea
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pasar por un comercio y ver que tiene los precios de las ofertas puestos prolijamente al revés en el vidrio dice del que lo hizo y dice de los los que lo estaban mirando mientras ponía los precios