viernes 2 de agosto 2002

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Hay algo en esa película que vimos, que se refería al viejo, inmemorial enigma del tiempo.

Entonces, uno se enteraba allí que los viejos griegos tenían una expresión para el tiempo de ahora, el presente, que desaparece de instante en instante.

Y tenían otra expresión para el gran tiempo, las grandes praderas de tiempo, las eternidades, (pero esto último ya no es de los griegos ni del cine, pues lo estoy expresando con mis palabras, o con mis carencias expresivas para tanto contenido).

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Otra cosa.. Allí, o en otra película, se hablaba del tiempo y del amor.

Pasó algo bastante raro con eso. Se dijeron al respecto dos cosas con el mismo contenido de verdad, y con la misma autoridad, a pesar de la aparente contradicción.

Pero eso es porque las cosas, muy a menudo, al mismo tiempo son y también no son.
Allí se dijo que el amor pierde con el tiempo.

También se dijo que el amor gana, se profundiza con el tiempo.

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En un reportaje para la televisión alemana alguien expresó que le aburría a veces el arte en los grandes museos, y otras veces no, y decía que para que el arte estuviera vivo, él creía que el artista debía ser ávido, con avidez genérica ante la vida, y él veía pasión en la obra en virtud de esa avidez.

Y mientras decía todas estas cosas lo expresaba con avidez.

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Presentándose ante los concurrentes a un evento, a un hombre le tocó explicar que él no era artista, la minoría, entre un grupo de artistas. Y lo dijo con estas palabras:

No, yo pertenezco al mundo real.

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Un hombre, sudamericano él, le preguntó a un monje en esta historia de la vida real, si nunca había pensado en quedarse para sí con alguno de los bienes del monasterio en el que vivía en China.

El monje lo miró un segundo y sin pensarlo mucho le dijo:

eso sería como sacar un bolígrafo de un bolsillo y ponerlo en el otro.

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El personaje que publica en este sitio estaba dudando si decir o no decir que estaba publicando transitoriamente desde Santiago de Chile, por unos pocos días.

Decidió finalmente no decir nada al respecto.

Porque señalar el lugar específico de publicación como algo especial, en este único ancho y pequeño mundo, era lo mismo que sacar un bolígrafo de un bolsillo para meterlo en el otro.