jueves 25 de marzo de 2004

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cuando muere un artista y su amigo o su familiar, en lugar de destruir su obra, como se le pidió, la da a conocer, comete traición;
se lo puede llamar de otras maneras, si es que uno aprueba el gesto por razones que tienen que ver con el arte o con la historia;
quizás no resulte traición, si es que uno pone el honor al muerto por sobre el honor a su voluntad expresa, pero cuando ha sucedido eso, y está sucediendo todo el tiempo, es porque con buenas y malas razones se considera al muerto como alguien que ha pasado a estar en inferioridad de condiciones para juzgar los datos actuales de la realidad, por genio o dueño de sus actos que haya sido en vida;
pero estar muerto no tiene por qué querer decir que la persona se haya transformado automáticamente en incapaz que necesita que lo corrijan
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viéndolo de otro modo; si el interesado dejó pasar el momento de destruir su obra mientras estaba vivo, o le tembló el pulso al querer hacerlo y no se animó, toda la responsabilidad por la supervivencia de esa obra le cabe a él, y además se sabe qué endeble es la esperanza que se puede depositar en los encargos que se le hacen a otras personas, y esa endeblez aconseja ocuparse uno mismo de las cosas que se considere esenciales, o aguantarse y pagar el precio que le toque pagar por no haberse ocupado