sábado 9 de marzo de 2002

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Estaba viajando en el transporte público, y desde una ventanilla pude ver claramente una gran caja fuerte cerrada, tirada en la vereda de una avenida, como cuando se dejan con la basura heladeras u otras cosas para que se las lleve la gente.

Y yo pensé qué ironía podría llegar a ser si esa caja fuerte estuviera llena de dinero verdadero, y todo el mundo pensando que está vacía.

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En el curso de la investigación destinada a mejorar la calidad de las comunicaciones, hicieron vuelos fuera de la atmósfera, para descubrir allí que siempre había en los instrumentos el registro de una difusa y persistente radiación o ruido de fondo, que no venía de ninguna parte en especial, porque llegaba desde todas partes.

Finalmente formularon la hipótesis de que ese ruido de fondo eran los ecos de la gran explosión que habría dado origen al universo, el denominado Big Bang.

Y es lo que podría llamarse una hipótesis basada en otra hipótesis.

El problema aparece cuando uno de los impulsores de la teoría del Big Bang sugiere ahora que no hubo tal cosa, y entonces tenemos que seguir pensando de dónde demonios viene esa bendita radiación.

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Y yo pensé que cada vez que no nos sentimos del todo bien, o cuando no nos sentimos a gusto, y lo atribuimos a esto o aquello, y una vez adoptada esa hipótesis, hacemos algo en una dirección determinada, para solucionar ese problema que creemos que tenemos, y así evitar el desasosiego.

Creo que sería más fácil asumir de una vez que podemos tener una especie de ruido de fondo en el alma que a veces etiquetamos como dolor y que puede serlo o no, pero que no tiene porqué ser personal, que puede ser de la raza, de la especie, de la materia viva, o simplemente de la materia, cualquier materia, de la vibración básica atómica que se comparte viviendo en este universo.

Si nos las arreglamos para observar ese momento sin ponerle la etiqueta, puede llegar a pasar de largo, como pasa de largo una nube.

Nos ahorramos así toda la cadena de sucesos que originaríamos por el solo hecho de querer hacer algo, sucesos que podrían por sí mismos producir dolores verdaderos. E innecesarios.

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Llegar a la biblioteca con su propio libro, dispuesto a sentarse y leer, no es tan sencillo. Le ponen a uno un formulario donde debe consignarse que se trae material de lectura propio, y es necesario detallar los siguientes datos personales: nombre y apellido, sexo, nacionalidad, edad, domicilio y teléfono.

Y no sería tan importante el hecho de dar esos datos, si se pasa por alto la molestia, y la falta de necesidad de requerirlos. Por otra parte, nadie controla nada y es muy fácil poner cualquier cosa allí.

Me quedo con un sabor ingrato al pensar que la persona que puede pedirte eso y leerlo, casi con seguridad se molestaría si uno quisiera pedirle las mismas informaciones.

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Es muy difícil orientarse para hacer y para no hacer en la vida diaria y convencerse de que uno está haciendo lo que debe y se está ahorrando lo que no debe hacer.

Eso se facilita un poco cuando la persona tiene horarios y obligaciones fijas, pero se replantea el problema cuando la persona tiene poco tiempo libre, y muchísimas opciones para emplearlo.

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Una forma de orientarse para la acción y la inacción son las señales que pueden apreciarse en el entorno.

Parece misterioso cómo se ajustan las cosas, pero los encuentros, los llamados, las posibilidades y las imposibilidades, también pueden estar dándonos un indicio para la acción.

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Un criterio para orientarse es el de la secuencia. Especialmente en las tareas complejas, y la vida es tarea compleja.

La secuencia ayuda a saber qué cosa tiene sentido hacer antes que otra, de acuerdo con la naturaleza de la persona, de la cosa y de las circunstancias.

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A mí me gusta tener presente lo que llamo la prioridad salvaje. Solamente se requiere parar un poco y recordar la importancia relativa que tiene cada cosa.

Con prioridad salvaje, quiero decir considerar algo que haríamos o no haríamos si fuéramos a morir mañana.

Como hay muy pocas cosas de esa clase, el resultado de pensar así es que todo se simplifica rabiosamente, y así se advierte que hay muchas cosas necesarias que no haremos,

y alguna cosas innecesarias que sí haremos.