domingo 10 de marzo de 2002

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Alguno habló del espíritu de repetición de la alquimia, y de lo que según él podía ser la locura con un propósito muy preciso.

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Eso me hizo pensar en el tema de la repetición.

Vivimos en un mundo donde pretendemos ser nosotros mismos,

donde queremos dejar una huella irrepetible y original,

pero sabemos lo difícil que es hacer algo original, inventar algo completamente nuevo.

La misma vida humana es repetición desde los comienzos de la especie.

Gestos iguales, si le sacamos algunas cosas exteriores circunstanciales.

Las personas parecen las mismas en sus apariencias básicas, y en los basamentos de su expresión social.

Y en lo interior, sus experiencias y su espíritu están movidos más o menos por las mismas cosas y hacia más o menos las mismas aspiraciones básicas.

Un conjunto de potencialidades, valores, miedos, esperanzas, y un rango de emociones.

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En lo básico, entonces, quien mire al ser humano en conjunto verá a una serie interminable de personas que repiten durante generaciones una serie de gestos y de acciones.

La persona, vista en sí misma, repite gestos desde que nace hasta que muere.

Si miramos nuestros días desde que nos levantamos hasta que nos vence el sueño, también vemos en el trazo grueso la misma serie, día tras día.

Y es difícil tener la conciencia de la verdadera utilidad de la persistencia en esas repeticiones, y parece una locura seguir con eso, una locura con un propósito bien preciso.

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¿Qué es lo que aporta lo distinto en un mundo de repeticiones sin fin?

Creo yo que lo que vale para la alquimia, también vale para entender porqué nos obstinamos en creernos libres y creativos mientras vivimos una vida de aparentemente inútiles repeticiones.

Y creemos eso porque en algún lugar sabemos, o creemos saber, o confiamos, o queremos creer,

que cada gesto de la serie interminable, es único e irrepetible.

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Uno de los primeros juegos de computación fue el famoso Green Beret, que era un señor que iba de izquierda a derecha por la pantalla matando todo lo que podía.

Y no podía retroceder.

Y la vida tiene también un solo sentido de circulación, como el Green Beret, aunque pretendemos que no sea tan sangrienta como eso.

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Hacer pan es un ejercicio de repetición. Pero aunque el panadero se esmere, y trate de hacerlo perfectamente igual cada vez, nunca podrá saber cómo saldrá ese pan en particular.

El que tenga dos manzanas iguales, una en cada mano, tendrá las mismas razones para sostener que son idénticas, y para decir también que cada una de ellas es única e irrepetible.

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Lo que hace único el gesto de ahora, es el momento de ahora.

Lo hace único el lugar por donde pasa la tierra en su viaje, y somos únicos nosotros mismos, que somos distintos de lo que fuimos y distintos de lo que seremos después de ahora.

Entonces, lo que yo quería decir es que compartimos con esos locos, los alquimistas,

la locura de pretender que en una vida de repeticiones sin fin,

este momento es repetición, y también es único e irrepetible.

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Y también compartimos con los locos de todas clases,

de los cuales los alquimistas son sólo una muestra de lo posible,

el poder de darse espacio para la convicción de que en cualquier momento

pueda aparecer el factor ese que cambie la cualidad del conjunto.

Ese factor que nos saque de golpe de esa vida igual a todas las otras que fueron y las que serán,

y la transforme en única, irrepetible, especial, valiosa.