lunes 12 de agosto de 2002

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Escrito por H. D. F. Kitto, Los griegos, Editorial Universitaria de Buenos Aires, EUDEBA.

La isla de Ceos, la cual es tan grande como la de Bute, estaba dividida en cuatro póleis. Tenía por consiguiente cuatro ejércitos, cuatro gobiernos, posiblemente cuatro calendarios diferentes, y quizás cuatro diferentes tipos de monedas, aunque esto último es poco probable.

Micenas era en los tiempos históricos un triste vestigio de la capital de Agamenón, pero aún seguía siendo independiente. Envió un ejército para ayudar a la causa griega contra Persia en la batalla de Platea. El ejército constaba de ocho hombres.

Incluso para el criterio griego era una ciudad pequeña, pero no hemos oído que se hicieran bromas sobre un ejército que compartía un carro.

Sería interesante, aunque inútil, meditar qué nos pasaría si nuestros reformadores, revolucionarios, autores de proyectos, políticos y arreglalotodo en general estuviesen empapados en Homero desde su juventud, como los griegos.

Quizás comprendiesen que cuando llegue el feliz día en que haya una heladera en cada hogar y en ninguno dos, en que todos tengamos la oportunidad de trabajar para el bien general (cualquiera que éste sea), en que el Hombre Común (quienquiera sea) triunfe, aunque no se haya cultivado, todavía los hombres vendrán y desaparecerán como las generaciones de hojas en el bosque, y que aún seguirá la criatura humana siendo débil y los dioses fuertes e incomensurables.

Tal vez reconociesen también que la cualidad del hombre importa más que sus hazañas, que la violencia y la indiferencia llevarán siempre al desastre, y que éste caerá sobre el inocente como sobre el culpable. Los griegos tuvieron suerte al poseer a Homero y fueron prudentes en el uso que de él hicieron.