miércoles 13 de marzo de 2002

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Cada tanto me toca cambiar de computadora, y es interesante volver a la experiencia de instalar y configurar, y volver a instalar, para que todo funcione más o menos como uno lo necesita.

Y ya es la tercera vez que sucede, que uno de esos programas que supuestamente te ayudan a salvarte de las crisis, te pone un aviso donde te dice que hay algo muy esencial que anda mal, y te pregunta si lo vas a arreglar.

Si le decimos que sí, ocurre que se arruina todo.

Lo sé porque antes un par de veces contesté que sí, y fue un desastre.

Ayer contesté que no, que gracias, que no quería arreglar nada de eso tan importante, y todo anduvo de maravillas.

Desconfiemos un poco de las máquinas cuando quieren ayudarnos.

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Me hace acordar a una camioneta que tuve, a la que en dos oportunidades (no una, dos),

le quise mejorar la compresión del motor agregándole un aditivo especial para eso,

y el resultado fue tener que hacer reparar el motor después de una rotura con ruido de metales rotos y todo.

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Estaba caminando y vi un cartel en un comercio:

Pase, estamos atendiendo.

Y a través de los vidrios se veía un local completamente vacío,

que parecía abandonado desde siempre y para siempre.

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El silencio es una forma de terminar relaciones.

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Ese hombre tenía un equipamiento material y económico aceptable. Una casa, un par de automóviles, una empresa, cuentas bancarias, dólares. Todo eso.

En su momento, todo eso se terminó.

Sin perder nada esencial por el camino, nada más que lo inevitable, perdió todo eso, y todos los accesorios de todo eso.

El teléfono celular, el radiomensaje, todos los etcéteras,

y terminó viviendo en su cuenta de correo electrónico y en su sitio de internet.

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Viendo en cine obras como Matrix, o leyendo libros como La invención de Morel, de Bioy Casares, se puede tener una idea de cómo las personas podemos vivir en un mundo construido con nuestros propios pensamientos, sin darnos cuenta, tomándolos como reales, porque esa es la realidad para nosotros mientras nos dure ese sueño.

Y suponemos que quienes nos rodean comparten ese mundo.

Pero la imagen que más cerca de la realidad se me ocurre, es que vivimos en mundos perfectamente paralelos entre sí, y que por más proximidad física que haya entre las personas, difícilmente esos mundos lleguen a tocarse jamás, y menos aún, lleguen a poder interpenetrarse.

Quizás eso fuera posible excepcionalmente, pero es muy difícil, según lo veo yo.

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En tiempos de restricción estamos un poco más atentos y sensibles a las señales del agua que va subiendo.

Vamos prescindiendo de cosas de las que jamás habríamos pensado prescindir, como país, como sociedad y como personas.

Pero todavía tenemos modelos de comportamiento que van un poco atrasados respecto de algunas de esas realidades.

Y yo pienso que eso sería porque tardamos un tiempo en darnos cuenta de las cosas y en acomodarnos a las nuevas circunstancias.

Pero también puede ser porque en el fondo hay una comprensible rebeldía,

y uno no querría renunciar a nada,

y menos si siente que viene impuesto por la circunstancia.

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Los taxistas por aquí están con poco trabajo, y hay horarios, como a media mañana, en que tienen menos trabajo todavía.

Ha sido siempre una costubre de los taxistas juntarse en el bar a conversar y a cultivar la amistad con sus compañeros de oficio, en las horas en que no hay trabajo.

Hoy he visto a un grupo de taxistas conversando en una plaza,
tomando mate (*),
ahorrándose el gasto del bar.

(*) Mate: infusión que se bebe en la Argentina, en el Uruguay y en el sur del Brasil, consistente en cierta clase de hierbas que se vierten dentro de un recipiente cóncavo o en una especie de vaso o vasija confeccionado de los más diversos materiales (de origen vegetal, madera, metal, hueso).

Se bebe vertiendo agua caliente dentro y sorbiendo con una bombilla, generalmente de metal, que es una suerte de sorbete.

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Epicuro. La Felicidad. Editorial Debate. Traducción de Carlos García Gual.

Muéstrese gratitud a la feliz naturaleza, porque hizo fácil de obtener lo necesario, y difícil de obtener lo innecesario.

No debemos menoscabar lo que ahora tenemos con el deseo de lo que nos falta sino que es preciso tener en cuenta que también lo que ahora tenemos formaba parte de lo que deseábamos.

Poco le ofrece al sabio la fortuna. Sus mayores y más importantes bienes se los ha distribuido su juicio y se los distribuye y distribuirá a lo largo de la vida.

El más grande fruto de la autosuficiencia es la libertad.

Epicuro.

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Ingmar Bergman, La linterna mágica, Memorias. Tusquets.

El domingo estamos Erland Josephson y yo en mi despacho hablando de Juan Sebastian Bach. El maestro acababa de regresar de un viaje, durante su ausencia habían muerto su esposa y dos de sus hijos. Escribió en su diario: "Dios mío, no dejes que pierda mi alegría".

Desde que tengo uso de razón he vivido con eso que Bach llamaba su alegría. Me salvó de crisis y miserias y funcionó con la misma fidelidad que mi corazón. A veces avasalladora y difícil de manejar, pero jamás hostil ni destructiva. Bach llamaba a ese estado su alegría, una alegría de Dios. "Dios mío, no dejes que pierda mi alegría".

Ingmar Bergman.