miércoles 14 de agosto de 2002

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Tener un sueño parece fácil cuando uno se encuentra fuera él.

Desde el lado de adentro es una verdadera complicación que uno agradece cuando se termina, que es el momento en el que se da cuenta de que era un sueño nada más.

Sueños típicos cuando se rememoran, pero originales desde adentro, por ejemplo, si uno ve a señoras subiendo tranquilamente unas escaleras que para nosotros son imposibles de subir, sea porque para nosotros están llenas de peligros físicos, sea porque nosotros aparecemos subiéndolas por el lado de afuera de la baranda, sobre el muy peligroso vacío.

En la misma noche se pueden pasar las horas buscando libros y documentos que se ponen en un sobre, solo para advertir rato después arriba de un tren que debemos volver a buscarlos porque el sobre ha enflaquecido inexplicablemente y que eso significaba que desaparecieron los elementos tan necesarios.

Y eso no es todo, porque en una noche verdaderamente extenuante podemos tener además el muy clásico dilema filosófico de decidir si debemos matar al otro gladiador, un tipo muy bueno y simpático, o si debemos dejarnos matar por él, o si lo mejor sería clavarnos nosotros mismos esa espada, y decidir sin ninguna experiencia dónde sería mejor aplicarse a uno mismo ese golpe mortal y así terminar allí mismo con un solo gesto con la propia vida y con ese sueño. En fin, trabajo pesado lleno de mensajes para uno que quizás nunca lleguen a comprenderse del todo, y así vamos.

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Pero al levantarse, la peor pesadilla todavía no había comenzado: llegar a ese bar con los dos televisores encendidos, y tratar de leer algo allí, antes de que abriera la biblioteca.

Tratar de leer a contramano de las circunstancias, no es recomendable, salvo que habite en uno una suave obstinación por preservar la propia libertad, una porfía por no dejarse inundar mansamente por climas e imágenes, consignas, temas de conversación sugeridos hasta el cansancio y muy ajenas pesadillas de noticiero.

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Se pueden tener malas noticias todo el tiempo en la vida diaria, como ese hombre que volvió a la práctica de las artes marciales muy golpeado por la vida, porque se había quedado sin trabajo, uno más entre millones.

Retomó su práctica después de una ausencia de un año y medio, y razonaba que había abandonado todo por intentar retener primero y recuperar después, hasta que decidió dejar de buscar en forma directa salir de una situación sin salida aparente y pensar algo en su propio equilibrio, y en su responsabilidad por el equilibrio de su familia, y por eso disfrutó de los afectos que nunca había perdido, tocó un espacio sagrado donde los problemas se ubican en su correcta escala, y fue allí cuando descubrió el lado luminoso individual de las malas noticias generales.

Porque fueron las malas noticias las que le estaban haciendo ese regalo, no las buenas.