sábado 16 de marzo de 2002

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En algún momento de la vida, cuando vemos los recursos que trajimos de fábrica, no podemos conformarnos del todo, porque echamos de menos algunas características o habilidades que la fortuna parecía poner en otros.

Muchas de esas habilidades y características tratamos de conseguirlas con la dedicación y el esfuerzo. Pero nunca llegaremos a ser otro.

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Cuando nos parece llegado el momento de hacer un plan para la vida, miramos a alguien que nos parece más o menos bien y visualizamos un modelo aproximado a seguir.

Cuando se va logrando alguna aproximación a ese modelo después de algún tiempo, se advierte que eso soluciona un aspecto, nada más, que es la fachada de presentación de uno ante los otros.

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También sin querer nos hacemos de una vida, de una forma de vivir la vida.

En algún lugar uno sabe que eso es una estructura, una forma.

Y en algún momento uno siente que debería haber algo más, aparte de todo eso.

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La simetría se nos aparece en todas partes, y es un sutil balance entre lo igual y lo diferente. La mariposa con sus alas de dibujos iguales pero sutilmente diferentes, da una idea de eso.

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Tenemos entre nosotros una abrumadora avalancha de aspectos que son iguales, pero nos esforzamos en cultivar nuestras pequeñas diferencias, como cuestión de identidad.

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Quienes mueren jóvenes se verán siempre jóvenes en las fotografías, pase el tiempo que pase.

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Estaba explicando algo por décima vez y se desesperó por tener que hacerlo una vez más.

Fue allí cuando le dijeron:

tenés una paciencia epileptoide.

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Simplemente ocurrió que quedaron encerrados en un ascensor en la planta baja, con peligro cero. Una señora, el señor sereno y correcto, y el otro, el que tocó un botón indebido dos veces y con eso trabó esa puerta. Y hasta que se presentó alguien desde afuera y abrió la puerta, el señor ya no tan sereno pero siempre correcto insistió en acusar amargamente al otro haber causado el percance. Y siguió haciéndolo después durante un largo rato, y le contaba el incidente a quienes fue encontrando a su paso, luego que pudieron salir de un encierro que duró apenas cinco minutos.

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Tenemos una compulsión: pedir disculpas.

Esa compulsión combina con otra: dar explicaciones.

Disculpas que nadie espera y explicaciones que nadie creerá.

Cuando me doy cuenta de eso, hago cosas como decir: mañana no iré;

y me aguanto las ganas de expresar disculpas y explicaciones.

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En esa empresa notaron que en estos tiempos duros de la Argentina había empezado la reactivación.

Pero lo que había ocurrido en lugar de eso fue lo siguiente.

Pusieron una persona para llamar por teléfono a potenciales clientes como medio de hacer algo para conseguir nuevos trabajos.

Esta persona tendía a justificar la necesidad de su tarea, consiguiendo, por ejemplo, que alguna de las personas con las que hablaba, pidiera un presupuesto para hacer algún trabajo.

El resultado fue que en esa empresa hacían muchos presupuestos, lo que les hacía pensar que se había reactivado su economía.

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En el local de comidas rápidas aparecieron diez o doce máquinas de industria japonesa, para jugar. Y son máquinas que funcionan sin ficha, sin pagar, sin obligación de consumir. Impresionante.

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Cuando esos hermanos discutían ferozmente y peleaban entre sí y se trataban muy mal, el padre les decía:

no se traten como si fueran hermanos, trátense bien, como si fueran gente que no conocen.

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Y cuando se peleaban, ese padre les decía: parecen hermanos.

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Era una frase muy enigmática, que la decía siempre, cuando tenía más o menos ocho años:

seguimos continuando…

y los demás seguían recordando esa frase a través de los años,

y luego esa frase se dijo en otros ámbitos, por ejemplo en la oficina, y quedó para la posteridad.

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Ese hombre iba con su hija ya mayor caminando por la calle,

y ella le dijo:

papi, no me banco (*) la policía.

Y se lo dijo justo delante de un policía,

que estaba parado en la puerta del Departamento de Policía,

que es un edificio de una manzana entera lleno de policías.

(*) no me banco: no tolero, no aguanto, no me gusta, no los quiero, etc.

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Ese mismo padre, y esa misma hija, muchos años antes, entraron en un local político partidario porque el hombre quería saber la dirección del lugar donde le tocaría votar en las próximas elecciones.

Y en ese partido el líder había sido Perón, y eso tenía para sus partidarios una dimensión casi religiosa, y había fotos y cuadros de Perón por todas partes.

Y a esa niña se le ocurrió preguntar en alta voz frente a todos esos militantes:

¿papá, era bueno Perón?.

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Hay cosas que son, y al mismo tiempo no son.

Las cosas pueden ser y no ser de una manera, al mismo tiempo.

Las cosas pueden ser esto y también ser lo otro.

Pensar así nos aliviaría de la tentación de ser siempre obligatoriamente categóricos, unívocos, coherentes.

También, quienes están a nuestro alrededor, tendrían alguno menos de quien cuidarse y de quien temer que se volviese intolerante, agresivo o violento en razón de las ideas o de las convicciones.