martes 19 de marzo de 2002

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En el mismo lugar en el que me había alegrado ver que habían máquinas disponibles para jugar gratuitamente, me tocó ver a dos chicos de la calle jugando tranquilamente, hasta que a uno de ellos se le ocurrió empezar a forcejear para romper los comandos de la máquina. No lo logró.

Y yo pensé, qué lástima estos tiempos, donde este chico vive tan al día, que piensa que mañana va a estar muy lejos de aquí, y no le importa para nada dejar inutilizada la máquina.

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En los últimos tiempos se ponen televisores en las salas de espera, y en los lugares donde el público debe esperar, por ejemplo en algunos bancos.

Donde hay más de un aparato, y el lugar es amplio, se ve la misma imagen repitiéndose.

Ayer vi una sala de espera muy amplia que tenía varios sectores y en cada uno de los sectores había un televisor que mostraba un programa distinto. Y las personas podían sentarse para mirar el canal que les pareciera mejor.

Yo me senté en el sector donde el televisor estaba apagado.

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Ese hombre era muy recordado por la forma en que se despedía de las empresas donde le había tocado trabajar.

Y usando para referirse a sí mismo en su condición de asalariado un modismo muy despectivo y desagradable utilizado en Buenos Aires por cierta gente que no es para nada mejor que nadie, y que llama a la gente humilde "negros", este hombre llamaba a estas memorables acciones suyas, "la venganza de los negros".

Así, una vez salió del despacho del gerente que lo trató mal por centésima vez, y mientras salía le dijo "sí cómo no".

Fue hasta su escritorio, y mientras sacaba sus cosas de los cajones, su compañero le preguntaba qué iba a hacer. Y él le dijo a su compañero, y nada más que a él: "me voy". Y es todo lo que dijo, y ni siquiera apagó su computadora.

En otra empresa le preguntó a la señora que daba las órdenes si podía decirle algo, y ella lo invitó a pasar al enorme despacho.

Una vez adentro, el hombre dió una vuelta carnero sobre la alfombra, dijo, "renuncio", y se fue.

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Hay mucha gente que considera un valor la comodidad.

Y afronta cosas que uno no afrontaría, simplemente porque los cambios acarrean principalmente incomodidad, y entonces evitan los cambios.

Otra gente parece un poco más valiente para afrontar los cambios, y quizás sea solamente porque no les parece tan terrible pasar por un poco de incomodidad.

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El problema con las personas que no dicen nada si no tienen nada para decir, es que los otros andan siempre pensando que quizás el que calla otorga, y que por lo tanto están de acuerdo y aceptan todo lo que está ocurriendo.

Otro problema que tiene esta gente es que su silencio se interpreta como paciencia, y la paciencia se interpreta como paciencia infinita.

En algún momento los otros tienen esa señal que están reclamando, porque hay mucha gente que necesita que le muestren los límites.

Es cuando le toca al afectado, por más que valore el silencio, decir basta, y es como si fuera a pedido del público.