miércoles 21 de agosto de 2002

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Sacrificar la lucidez del propio destino por acompañar el destino de otro un cierto tramo con afán de ayudarlo:

1. no siempre se justificará,

2. nunca sería del todo inútil una vez que se ha hecho,

3. pero sería muy útil muchas veces ahorrárselo del todo.

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Esa anciana, hacía este comentario sobre lo que ella creía que era el final de sus días:

tanto trabajo para terminar así.

Y decía eso porque creemos de buena fe que terminar debería ser algo grato, o que por lo menos, nos mereceríamos eso.

Estoy sospechando que muchas veces suspiramos por terminar bien, entendiendo que terminar bien sería no terminar, una historia sin final.

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El hombre firmaba unos papeles despojándose de propiedades que en el fondo nunca habían sido de él, un poco en el sentido en el que los filósofos estoicos decían que no poseemos nada sobre esta tierra, que solo tenemos las cosas transitoriamente, y otro poco porque así eran las cosas en esta historia.

Y decía que él prefería soltar, para no ser como esas personas que por retener su bolso ante el ladrón que les pega un tirón, terminan bajo las ruedas del tren.

A lo que alguien que estaba allí acotó:

por no hacer eso, cuando me separé de un socio que tuve, pasé los peores diez años de mi vida.

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Después de eso, el hombre que había estado firmando papeles allí más de una vez, saludó al empleado, que se llamaba Funes, como uno de los personajes de un cuento de Borges, y le dijo adiós para siempre en estos términos:

esta fue la última firma.

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Rendirse parece fácil, pero para algunos resultará imposible, con lo que se pierden los efectos benéficos, que también los tiene, hasta que alguna vez comprenden que soltar no es lo mismo, pero se le aproxima en algo.