jueves 22 de agosto de 2002

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Es muy ajeno a mis intenciones que este sitio se ponga muy serio.

Si así sucede hay que atribuirlo a una deficiencia del carácter y no a una intención.

Un poco por combatir suavemente la tendencia a la solemnidad involuntaria, y otro poco porque lo tenía anotado como pendiente, recordaré aquí una inscripción de los baños de la infancia, un clásico de los grafitti.

En este lugar sagrado

donde acude tanta gente

hace fuerza el más cobarde

y se caga el más valiente.

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Pensé en eso cuando se me ocurrió adelantarme en el tiempo hasta el momento en que los arqueólogos del futuro ingresaran dentro de 2000 años en las ruinas de la hoy muy orgullosa Casa Blanca en los Estados Unidos y encontraran en un recinto del edificio el equivalente en inglés de tan memorable grafitti.

Ellos traducirían la frase y acertando con su significado simbólico, suponiendo que tengan criterios valorativos comunes a nosotros, lo que no puede asegurarse, le atribuirían el carácter de una frase de culto, solamente comparable al conócete a tí mismo de los griegos de la antigüedad.

Y creerían con buenas razones que ese recinto sería en verdad textualmente sagrado, un ámbito quizás destinado a los sacrificios rituales, al suicidio ritual, o simplemente a que la gente se retirase para pasar allí sus últimos momentos antes de su muerte.

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Porque quizás todavía en el año 4000 se mantengan algunas constantes que por siempre han acompañado al hombre consciente de su especial condición, y todavía por entonces, por más que alguien creyese que se ha preparado suficientemente para una actuación más o menos decorosa ante la muerte, teniendo en cuenta las circunstancias, la verdad no se sabría hasta que no llegase ese momento.

Y entonces siempre cabrían en él las sorpresas y las paradojas, tales como la que ilustra la célebre frase.

Que pensándolo bien, y sin ningún ánimo de ofender, merecería tener su espacio en un lugar sagrado.

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Hay gente que no tiene ganas de morirse y que aspiraría de buen grado a la inmortalidad si la dejaran. Cabe pensar que esa gente, si lo lograse, bien pronto se daría cuenta de que al lado suyo empezarían a morir las generaciones de seres, queridos o no.

Generaciones muriendo como moscas.

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Aunque es bien rara esa expresión, rarísimo referirse a cómo mueren las moscas.

Quizás aludiendo a una muerte calificada por el número.

Pero también por la pérdida de la capacidad de volar.