miércoles 20 de marzo de 2002

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Cuando las crisis nos dejan tiempo libre, es la situación ideal para desarrollar un proyecto.

O para diseñar algún nuevo producto o servicio de ésos que nos hacen felices porque nos permiten expresarnos, y además nos hacen ganar dinero para gastar alegremente.

Por supuesto que nada es tan fácil como eso.

Pero yo, gracias a unas palabras dichas sin querer por un amigo, advertí hace unos años que no es necesario estar ocupándose de un proyecto en los hechos, si es que todavía no están dadas las condiciones.

Aprendí que es suficiente con estar disponible para desarrollar un proyecto, lo que nos da cantidades de tareas preparatorias, que igualmente nos ponen en camino.

Y que es suficiente con ir haciendo cada día una pequeña cosa para desarrollar ese nuevo producto o servicio.

Y desarrollar una nueva actitud y darse permiso para tener un sueño es parte indispensable para un nuevo proyecto.

Y como estamos hablando de tiempos de crisis, le daremos preferencia a las acciones que son gratuitas.

Que hay muchas de ésas todavía.

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Dejando para los demás, pensamientos del tipo: "es imposible hacer eso", o "yo no podría hacerlo".

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Cuando cumplió cincuenta años pensó que todo estaba bien, menos ese empleo que no era para ella, que ella no quería, que no sabía cómo dejar y que no podía darse el lujo de dejar.

Cuando cumplió cincuenta y uno, el dueño de la empresa eligió justo ese día para decirle que iba a prescindir de sus servicios.

Y ella no supo nada de cómo se tejen estas cosas,

hasta que el mismo día en que cumplió los cincuenta y dos, recordó lo que había soñado al cumplir los cincuenta,

y lo que se le había cumplido al llegar a los cincuenta y uno.

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Las estadísticas de las revistas de divulgación científica y de las otras son realmente poco confiables.

Haciendo esa salvedad, esas estadísticas te dicen cosas tales como que los lugares más peligrosos son la cocina y el baño, por el porcentaje de accidentes.

Y que el porcentaje de accidentes de automóviles crece en las cercanías de nuestra propia casa.

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Hay paradojas bien interesantes en materia de empleos.

Están los que formalmente no trabajan pero llevan una vida muy activa y muy productiva y hacen multitud de cosas remuneradas o no.

Están también los que formalmente tienen un empleo y no hacen nada en todo su horario, sea porque están radiados por su exceso de capacitación o competencia, o por razones políticas, o porque son astutos, por cualquier otra razón, o simplemente porque sus empresas o sectores están temporal o definitivamente stand by, es decir, congelados, y no cierran, porque están esperando tiempos mejores.

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Siempre pensé que Internet debe gran parte de su impulso a quienes formalmente están empleados, pero tienen la posibilidad de usar tiempo y recursos de la empresa para navegar y hacer su vida en Internet.

Y siempre pensé que Internet debe gran parte de su impulso a esas empresas que pagan las cuentas y que hacen, sin quererlo, su aporte de oro para el desarrollo de todo esto.

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En Buenos Aires a los ómnibus del transporte público, se les dice colectivos.

Sucede que a veces un colectivo no detiene su marcha y el pasajero que está en la parada queda indignado, y sube en el vehículo siguiente, quejándose airadamente al conductor, que lo más cortésmente que puede, le dice:

¡pero yo paré!

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En estos días de reclamos bancarios en Buenos Aires por falta de devolución de los depósitos la gente se presenta y arma bataholas en los bancos y se la toma con los empleados.

Cuando veo a esos empleados que atienden al público en los bancos, veo a soldados de la guerra de trincheras que son enviados a morir al frente.

Y todos esos banqueros quizás estén leyendo el diario muy lejos de esas trincheras.

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En la edad en que uno debiera comunicarse con un niño para expresarle la potencialidad y la importancia de confiar en el prójimo, nos vemos en la obligación de prepararlo con la mayor urgencia para desconfiar del prójimo en todas las circunstancias, y más aún cuanto más inocente, próximo y amable ese prójimo se muestre.

Creo yo que ese es un drama verdadero de estos tiempos.

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Siendo la confianza la base de las relaciones duraderas entre las personas y condición para la formulación de empresas sustentables y productivas, debemos sin embargo dejar un lugar para la desconfianza, por razones de supervivencia.

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Si difícilmente puedan concebirse el amor y la amistad sin la confianza, las enfermedades y los riesgos de todas clases hacen necesario que jóvenes y mayores tengan presente la importancia de sostener una adecuada desconfianza como cuestión de supervivencia.

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Pero como las personas y las sociedades tienen el componente irracional, pese a todo lo que sería aconsejable, y por inexplicable que parezca,

la confianza no ha muerto como realidad, no ha muerto como proyecto,

y parece bien difícil que se muera.