viernes 23 de agosto de 2002

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Tomado de El principio de Peter, L. J. Peter y R. Hull, Plaza & Janés.

Una multitud de explicaciones diferentes es tan mala como la ausencia de toda explicación.

Se atreve usted a enfrentarse… a la razón por la cual… los planes utópicos nunca engendran utopías?

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Tomado del libro Los Griegos, de H. D. F. Kitto Editorial Universitaria de Buenos Aires, EUDEBA.

Por cierto es innegable que si pasamos de la civilizada perfección de un Sófocles o de un Platón a la vida griega común, experimentamos algo así como una dislocación mental.

La mayor parte de los hombres se interesaba en las mujeres y la mayoría de éstas en sí mismas.

Al leer estos interesantísimos discursos nos conviene recordar… que se encuentran más bribones en los tribunales que en la sociedad en general.

En los Memorabilia, Jenofonte reproduce una conversación entre Sócrates y un tal Aristarco. Aristarco había sido un gran terrateniente, pero toda su propiedad se hallaba ocupada por el enemigo, de modo que no sólo habían cesado sus ingresos, sino que además tenía bajo su protección a catorce parientas que habían huído del enemigo. El estado moderno procura inventar algunos procedimientos para amortiguar estos golpes sobre el individuo: la pólis griega con sus finanzas rudimentarias y su individualismo, ni siquiera lo intentaba.

No sé cómo mantenerlas, decía Aristarco. No puedo pedir prestado, porque no tengo garantía alguna, no puedo vender mis muebles, porque nadie los compra. Sócrates sugirió una solución sencilla:

Las mujeres saben naturalmente hilar y hacer vestidos. Hay un mercado para las ropas. Compra lana y ponlas a trabajar

Aristarco así lo hizo y regresó luego para decir que las mujeres estaban trabajando con buena voluntad, eran más agradables y amables y ganaban bastante dinero para vivir. Su única queja era que ellas lo acusaban ahora a él por vivir en la ociosidad.

Ah!,- dijo Sócrates – cuéntales la historia de las ovejas que se quejaban porque el perro guardián no hacía nada.

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… detrás de los dioses (si bien a veces identificado con ellos) hay un poder sombrío que Homero llama Ananké, la Necesidad, un orden de cosas que ni siquiera los dioses pueden infringir.

H. D. F. Kitto