martes 27 de agosto de 2002

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Entré a comprar cerveza y también allí había un televisor con las noticias, y estaban mostrando a un hombre inválido expresando sonriente y orgullosamente su derecho a ser transportado por una línea aérea, sin discriminación por su condición física.

Había logrado su objetivo, para lo cual había llevado al grupo de amigos que aplaudían, al abogado, al escribano, y por supuesto, a la televisión.

No pude alegrarme con ellos, porque recordé el primero de los textos que siguen, de Joseph Campbell. Lamento que resulte un poco largo para este medio, pero la verdad es que no pude dejar afuera ni una sola palabra del texto original.

Todos los textos hasta el final son de Reflexiones sobre la vida. Joseph Campbell. Emecé (Selección de Diane K. Osbon).

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Tuve una experiencia interesante cuando daba clases en el Instituto del Servicio Exterior, en Washington D.C., a grupos de funcionarios que se embarcaban para el Oriente o el Sudeste Asiático. En uno de los grupos estaba este hombre negro, muy elegante, que acababa de venir de tres años en Viena y se iba a la India. Los caballeros en estos grupos siempre me invitaban a almorzar a un restaurante muy fino en el Hotel Watergate, y esta vez le pidieron a este hombre que me llevara.

Tenía un auto deportivo aerodinámico, y era de esa clase de tipo. Cuando estábamos a la mesa, el primer tema que sacó fue el de ser negro y las cosas que estaban contra él.

Pensé: Bueno, no lo dejaré salirse con la suya. Me enferma esta clase de quejas.

Así que le dije: En términos de la gente que conozco, usted es muy favorecido. Usted tiene una buena vida.

Todos tienen algo en contra. Algunos son protestantes en un país católico; otros son católicos en un medio protestante. Si va a culpar de todo lo que es negativo en su vida al hecho de ser negro, se está negando el privilegio de volverse humano.

Usted es un hombre negro nada más. Todavía no es un hombre.

En ese momento llegaron los demás, y él se quedó callado el resto del almuerzo. Cuando volví al mes siguiente para mi clase, fui a reportarme, y el funcionario a cargo me dijo:

– Oye Joe, ¿qué le dijiste a ese tipo la vez pasada?

Le dije: Oh, no sé, porqué? Me dijo:

– Bueno, se compró todos tus libros y está ahí abajo y quiere que se los firmes, y cuando le pregunté porqué, me dijo:

El profesor Campbell me hizo un hombre.

Ahora, ésa fue la gran lección para mí, y es algo que va en contra de todo este sentimentalismo del corazón que sangra.

Quedé orgulloso. Ese hombre había estado atascado en su infierno. No había sido capaz de ver más allá de su propia idea de su limitación.

De cualquier modo bajé, y ahí estaba con todos los libros, y yo se los firmé y le dije: Bueno, espero que esto lo ayude a recordarme.

Y me dijo: Oh, nunca lo olvidaré.

Cada vez que uno hace algo así, encuentra que era lo que debía hacer, siempre que le haya dado a esa persona algo a partir de lo cual saltar.

Si uno realmente no está interesado en la persona, puede limitarse a estar de acuerdo:

Ah, pobre de usted, lo comprendo. Es duro.

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Un amigo me dio una lista de cosas que indican que uno es viejo.

Algunas son tontas, otras son serias.

Una es: … cuando clavas los dientes en una chuleta jugosa y se quedan ahí.

Otra es: …cuando ves una chica bonita y se abre la puerta del garage por la señal que le manda tu marcapasos.

Lo que es serio es: …cuando has llegado a lo alto de la escalera, y ves que la habías apoyado en la pared equivocada.

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…usamos la indumentaria externa de la ley, nos comportamos como todos los demás, y usamos la ropa interior del místico.

Joseph Campbell