lunes 25 de marzo de 2002

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Paremos un rato.

Y quizás paremos para siempre.

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Si uno no se creyó en el primer mundo antes,

entonces no debería sentirse en el último mundo ahora.

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Eran jóvenes, ni siquiera adolescentes. Y corrieron como de la peste cuando el policía advirtió que habían puesto una gran piedra sobre la vía del tranvía.

Muchos años más tarde comprendió que casi nunca el castigo sigue al crimen, que hay excepciones a las reglas y son tantas, que la misma excepción se puede convertir en la regla.

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Cuando en la Argentina se habla de relajar, se hacer referencia a distender, a aflojar.

Cuando en el Uruguay se habla de relajar, se habla de burlarse, y de burlarse muy grueso.

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Ese señor se llamaba Diego Lucero y escribía comentarios de fútbol en el diario, con un lenguaje muy popular. Y cuando contaba que una persona debía tomar una decisión muy difícil que lo ponía en las puertas del cielo o del infierno, según acertara o no con lo que hiciera, lo expresaba con esta frase:

la gloria o devoto.

Sucede que en Buenos Aires en el barrio de Villa Devoto está la cárcel, a la que se conoce vulgarmente como devoto.

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No podía comprender cómo no hubiera encontrado esas monedas antes, en ese bolsillo de su bolso, tan lleno de papeles que no se decidía a tirar.

Le sucedió nuevamente, unos días después de eso, cuando estaba bien seguro de que no había ninguna moneda allí antes.

De golpe todas esa monedas.

Entonces comprendió en un instante ese milagro, y le causó mucha gracia, y desde que lo comprendió, ya nunca más volvió a ocurrir.

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Las universidades están llenas de conocimiento;

el recién llegado aporta un poco,

y los veteranos no se llevan nada

y el conocimiento se va acumulando.

Lawrence Lowell, citado por Ernie J. Zelinski, El placer de no trabajar. Gestión 2000.

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En cualquier lugar hay ritos, modalidades, costumbres.

Concurrir cierto tiempo a cualquier lugar en calidad de socio, adherente, invitado, alumno, profesor, nos pone en posesión de claves para conducirnos dentro de ese espacio en particular.

Así, todo el mundo está tranquilo, en proporción con su antigüedad en el ámbito, con la sensación de tener algo.

Muchas veces se confunde el conocimiento de esos elementos de comportamiento y relación social, con adquisición de conocimiento y de valores verdaderos.

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El nombre que tienen las cosas le da su permanencia en nuestra percepción.

Muchas veces una relación ha cambiado. Incluso puede que haya desaparecido.

Pero hasta que no registremos eso que sucede, y le demos el nombre que se merece, viviremos en la situación anterior, que ya no existe.

Y entonces se dan cosas extraordinarias por lo ilusorias, pero terriblemente reales, como sufir intensamente por cosas que no existen más.

Un hombre hacía rato que había terminado su relación matrimonial, pero no lo sabía, hasta que su amigo le dijo:

a lo tuyo deberías cambiarle el nombre.