lunes 1 de abril de 2002

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Al lado de la religión, y la magia, y las drogas, y los usos, y la ley, y la técnica, y la filosofía, y la ciencia, y la ficción, y el arte, mezclada con todos ellos además, avanza interrogante otra de las grandes potencias, de los grandes recursos que ayudan a la constitutiva menesterosidad del hombre: la experiencia de la vida.

Julián Marías. Experiencia de la vida. Alianza Editorial.

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Mi madre recibe un llamado mío que pretende ser diario y que dura exactamente dos minutos, y quizás menos.

Cualquiera puede pensar que para una madre recibir un llamado de dos minutos o menos será insuficiente para charlar por teléfono. Es cierto. Pero sucede que me niego a charlar por teléfono, pero ésa es otra historia.

Lo que es insuficiente para mi madre, quizás no lo sea para mí.

Porque en esos dos minutos apenas yo averiguo las siguientes cosas:

Averiguo que mi madre atiende, que puede llegar hasta el teléfono.

Tomo nota además de que se expresa bien y en su tono normal para esta época de la vida, y en pocos segundos me doy cuenta de cómo está su espíritu, su ánimo para el día.

Antes le preguntaba cómo estaba, pero ahora lo omito.

Si no se siente bien por alguna razón, será ella la que me lo diga.

Cuando le preguntaba si se sentía bien, la hacía recordar sus dolencias agudas y las crónicas, como las tenemos todos, y si ese día ella venía bien de ánimo, yo con mi pregunta se lo ensombrecía recordándole una noche de descomposturas, o de fatiga, o de dolores, así que ya no le pregunto más.

Y si parecen pocos dos minutos o menos de conversación telefónica, yo digo que además de todo eso sirven para enterarse de que de un tratamiento anterior le quedó parte de un antibiótico muy caro, y que posiblemente un pescado que comió le causó una alergia y entonces aprovechó el antibiótico y se lo tomó, porque esa alergia le había tomado el pecho y ahora gracias a eso se sentía mejor.

Otra cosa que yo hacía antes era decirle que los antibióticos no se toman porque a uno se le dé la gana, que la alergia no se trata con antibióticos y muchas cosas muy razonables, pero que no servían para nada, pues mi madre ya se había tomado ese antibiótico, y se lo habría de tomar varias veces más pasándose por alto todos mis buenos consejos.

Después de todo, ella evidencia una tolerancia descomunal a los medicamentos. Pienso que si yo tomara una sola de las cosas que en toneladas consume ella, estaría liquidado.

Ahora sólo le digo: ¿antibióticos para la alergia?, ¡qué raro! Es inútil también, pero me doy un pequeño gusto.

No terminé.

Ese tiempo de apenas dos minutos le alcanzó a mi madre para preguntarme todas las cosas de rigor, incluyendo, al principio de la conversación, si yo había visto televisión, a lo que le contesté que no.

Se ve que el tema le preocupó algo, porque al final de la charla me dijo: ¿pero escuchás música, no?