jueves 4 de abril de 2002

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Escribió Heráclito:

…como los pájaros que se deslizan por el aire.

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Recordaba de su infancia haber visto pasar a ese hombre con la vaca y el ternero vendiendo la leche.

La calle tenía un empedrado de adoquines, una especie de cubos bastante regulares de granito.

Muchos años después supo que ordeñar una vaca no tiene porqué ser tan fácil como parece y que las vacas tienden a hacer lo que quieren cuando uno no les transmite la seguridad suficiente como para logarar que hagan lo que uno necesita que hagan, por ejemplo, estarse quietas.

Descubrío además que una vaca que hace lo que ella quiere puesta en movimiento tiene una fuerza de impacto que a él le pareció equivalente a la de un camión. Eso ocurrió demasiadas veces.

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Mientras soñaba se daba cuenta de que eso no podía ser cierto, que compartir una casa de esa manera con gente que no conocía no era de la vida real, casas en distintos pisos comunicándose por el piso y también por el techo, sin ninguna clase de puertas ni límites para pasar de una a la otra. Y se veía al mismo tiempo bien natural y bien, bien extraño.

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Se deslizaba por las aguas de ese lago o ese río sobre solamente sus propios pies y era como quien va patinando y la experiencia de hacer posible lo imposible estaba ahí en ese sueño.

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Tan extraño como pagar sesenta dólares una botellita de refresco en una estación de servicio y era lo único raro de ese sueño, pero era rarísimo. Pero lo que veía raro él en ese sueño no era el precio desmesurado del producto, sino que él tuviera disponible y sacara con naturalidad del bolsillo de ese sueño una cantidad desmesurada de billetes con los que se podía pagar tranquilamente mucho más que eso.

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Era un hombre joven, y dijo sin saberlo las mismas palabras y en la misma secuencia que él mismo, quizás quince años antes. Y casi con el mismo sentido. Las palabras no tienen casi ninguna importancia, y el sentido tampoco, o puede ser que sí la tengan, pero lo sorprendente fue la coincidencia, y eso lo hizo sonreír, y no supo lo que habrá pensado el otro al verlo sonreír sin ninguna razón aparente.

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Las palabras que dijo ese joven fueron éstas:

que si el hombre respira buen aire y si toma buena agua y si se alimenta bien y si tiene buenos pensamientos, entonces vive bien y vive muchos años en la plenitud de sus facultades, y dijo también que él había conocido a un hombre así, y si no me equivoco creo que se refería a su padrino.

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El sentido era muy parecido, pero sus pensamientos de entonces lo llevaron a buscar un lugar con agua pura y aire puro y un contexto distinto para su vida, pero ésa es otra historia, que todavía no ha terminado de escribirse o quizás ya nunca se escriba, no es tan importante, no puede saberse.

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Ser mujer debe ser algo parecido a tomar algo, dejarlo, volverlo a tomar como si no se lo hubiera dejado nunca.

Como cocinar una cosa y al mismo tiempo cocinar otra y otra, y otra más, con una coordinación absoluta e infalible y quizás hablar también por teléfono.

Esa capacidad les ha valido a muchas mujeres que conozco y a muchas que no conozco poder afrontar drásticos cambios de carrera y de profesión impuestos por las crisis personales y sociales con una capacidad que asombra vista desde el otro sexo.

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En ese libro, utilizando quizás un excelente español, el autor decía mala conciencia, creo yo que refiriéndose a la culpa.

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Quizás no sea tan buena idea tomar todo lo que sucede como si estuviera dentro del campo de la propia responsabilidad.

Porque no puedo dejar de pensar que eso tiene conexión con la noción de la culpa, que es una música que viene sonando en nuestros oídos como si fuera natural, y se nos aparece como imprescindible, no siendo para nada ninguna de las dos cosas.

Tomar todo lo que sucede como consecuencia directa de lo que uno es, de lo que uno ha hecho o ha dejado de hacer, puede ser una buena idea, pero no deja de ser un poco excesiva si uno no sabe detenerse a tiempo.

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Porque están las cosas que suceden a pesar de uno.

Hacerse responsable sólo por las cosas humanas, y las sobrehumanas afrontarlas lo mejor que se puede.

Afrontar lo que sucede sería como dejarse mojar, o usar un buen paraguas, o quedarse a cubierto cuando llueve, es decir, hacer algo con eso y estar allí mientras está sucediendo.

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Y además de todo eso, él le dijo que no había nada de resignación ni de aceptación en su actitud ante los eventos.

Le dijo que estaba preparado como un gato, o quizás como un tigre, esperando lo que sigue, lo inesperado.

Y eso, aunque la historia nunca llegue a escribirse, que no tiene tanta importancia eso para ese gato o para ese tigre.