jueves 6 de junio de 2002

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Viendo por la televisión una película inglesa de detectives, se mostraban imágenes de lo que universalmente puede entenderse como empezar desde abajo en cualquier profesión.

También se mostraba todo lo que la diferencia de clase o de status se refleja o desea ser reflejada en la comunicación verbal y no verbal entre las personas.

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Por más dotado que el principiante pudiera estar, le tocan una serie de tareas, como servir el té, y también otras, que aunque pudieran ser estrictamente correspondientes a la profesión que se trate, son consideradas de segundo orden, como las preparatorias, auxiliares o accesorias.

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Es interesante observar que los profesionales exitosos o no, pueden tender a la pereza, con los éxitos y con los años.

Pueden tender a reservarse lo que consideran los aspectos nobles, jerarquizados o calificados de su profesión, o simplemente reservarse para pensar.

Pese a esa intención, todas las tareas se obstinan en calificar igual en cuanto a su importancia con relación al fin esperado o buscado.

Es por eso que perderse las tareas que son preparatorias y auxiliares implica robarse uno mismo la preparación y el auxilio en cuanto a obtener resultado final de calidad.

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Querer pararse sobre el trabajo de los demás es como querer saltar sin preparación y sin tomar carrera, en pleno ataque de pereza.

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Delegar los trabajos sin importancia y reservarse los importantes es un disparate que no se ve solamente en el cine.

Esas cosas no terminan bien ni siquiera en el cine, si consideramos que la calidad del resultado tiene coherencia con la calidad del proceso seguido para su obtención.

Son muy distintos los frutos de la asociación de personalidades y actividades segmentadas y fraccionadas, y los del armonioso accionar de un equipo donde todos ponen todo lo que tienen.

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La vi a ella conversando con esa señora sentada en el piso junto a unos papeles desparramados, allá, muy lejos, a la entrada de esa enorme sala vacía.

Y pensé en llamarla adonde estaba yo viéndola, para que se viera, tan linda, a sí misma conversando con esa señora, y supe un segundo después de pensarlo, que era rematadamente imposible para nosotros compartir esa hermosa imagen.

Tenemos prohibido vernos desde otra parte, y para simular ese imposible es que se inventaron el espejo, la foto y el cine.