martes 16 de abril de 2002

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Cuando el teléfono suena inexplicablemente un par de veces en el medio de la noche, y se corta al atender, nos cuesta volver a dormirnos después de eso, o ya no podemos volver a dormirnos.

En ese momento no sabemos bien si enojarnos porque la central telefónica falló, o porque alguien se equivocó de número y cortó, o porque hay dementes sueltos divirtiéndose con el teléfono, o si celebrar que no haya pasado nada, que no haya sido de esas terribles llamadas en el medio de la noche con malas noticias.

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Cuando se encuentra uno con esa gente que jamás hace nada por los demás nos puede parecer que ellos padecen de un egoísmo poco sociable.

En alguna medida, sin embargo, es gente que por una vía o por la otra ha aprendido a ahorrarse los problemas que siempre vienen juntos con las cosas que uno hace.

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Hacer algo por otro implica dar, y dar muchas veces sin recibir a cambio algo que nos beneficie.

Hacer algo por otro nos pide poner energía en lo que hacemos a favor del otro, y hacernos cargo de los problemas chicos o grandes que jamás hubiéramos tenido si no nos hubiéramos puesto a hacer eso.

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El cirujano plástico le decía a esa señora lo bien que le vendría a ella una cirugía plástica en cierta parte de su cuerpo, y la señora le decía que no tenía interés. Y se lo decía con estas palabras:

Yo tengo mi público.

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Cuando entró en medio de la fuerte lluvia, la señora que estaba allí le dijo: ¡Qué lluvia terrible!

Y el hombre le contestó: no hay problema, moja por afuera, nada más.

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Por estos lugares se dice: siempre que llovió paró.

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Otra vez que alguien le dijo algo sobre la lluvia, ese hombre dijo:

suerte que lo que llueve es agua y no ácido sulfúrico.

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Tenemos en Buenos Aires una expresión bien desagradable, y además, textualmente incomprensible a la que, por supuesto, aquí estamos tan acostumbrados que no nos llama la atención.

Por aquí, cuando alguien está harto, y quiere dar a entender que se irá bien lejos, a cualquier parte, casi sin importarle adónde, dice:

me voy a la mierda.

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Hablando ayer del Teniente Columbo, decía que ese personaje cultiva una imagen ridícula y extraña que deriva en asombrosos éxitos en sus tareas de detective.

Después de eso pensé que no están tan lejos lo sublime y lo ridículo,

porque se puede adivinar en bastantes ejemplos que hay casos en que cultivando lo ridículo se toca lo sublime,

y casos en que transitando lo sublime se cae de pronto en lo ridículo, como si se cumpliera en ambos casos una ley natural.

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Marguerite Yourcenar, Opus nigrum Ediciones Alfaguara SA.

Nunca aliñé un hecho verdadero con la salsa de la mentira para hacerme su digestión más fácil.

Tengo ambición como cualquier otro, pero si un poderoso de hoy nos niega un título o una pensión, ¡qué alegría poder dejar la antesala sin tener que darle las gracias a Monseñor, y andar a gusto por las calles, con las manos metidas en los bolsillos vacíos!

… el porvenir está lleno de más sucesos de los que puede tener el mundo. Y no es imposible oir cómo se mueven algunos de ellos en el fondo de la matriz de los tiempos. Pero sólo el acontecimiento decide cuál de esas larvas es viable, y llega a término.

Había participado en discusiones de opiniones en las que un Sí inane responde a un No imbécil.

Y bien es cierto que él se daba cuenta de que sus ambiciones le habían sido útiles al trasladar su espíritu de un lado para otro, por decirlo asi:

más vale no acercarse demasiado pronto a las inmovilidades eterrnas.

Opus nigrum, la experiencia de la disolución y calcinación de las formas, que es la parte más difícil de la Gran Obra.

El decía Sí por audacia, del mismo modo que antaño había dicho No por lo mismo.

Por otra parte, las intrigas entre príncipes y las discusiones entre ciudades son tales que muchas mentes circunspectas prefieren las exacciones de los extranjeros al desorden que seguiría a su derrota.

Marguerite Yourcenar, Opus nigrum