miércoles 25 de septiembre de 2002

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colgados de la soga, estaban allá arriba esos hombres, sentados cada uno en su angosto asiento individual;
sería un décimo piso, se podía calcular rápidamente, y uno estaba pintando, sentado lo más tranquilo allá arriba;
y lo que más llamaba la atención, era que el otro, a su lado, estaba sentado, conversando con él, sin hacer nada más que conversar, con esa serenidad de sentirse como si estuviese apoyado en el piso más firme
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cuando hay en la casa un joven sin ninguna clase de horarios, de golpe se advierten los beneficios de la educación, cuando comienzan las rutinas universitarias, y aparecen los horarios de entradas y salidas, y lo completamente imprevisible da lugar a lo extremadamente previsible en la vida de convivencia, por lo menos mientras duren las clases;
y después hay gente que dice que la educación no sirve