lunes 29 de abril de 2002

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Ese señor manejaba un taxi en el interior del Uruguay, y contó de esta manera que a un hombre que conocía le empezaron a ir bien las cosas.

dijo: cuando de pronto las cosas le empezaron a rodar…

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Cuando llega la hora de los éxitos, casi sin darse cuenta, uno puede encontrarse cometiendo el error de creer que uno es algo, o alguien.

Cuando todo eso se termina, uno puede caer en el error de creer que uno es nada, o nadie.

Es bastante inexplicable eso que pasa, a menos que podamos aceptar que seamos algo y seamos nada alternativamente.

O quizás todo el error consista en creer.

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Cuando llamaba por teléfono a su madre, ella lo sorprendía cada vez con esa pregunta.

Le preguntaba si se estaba aburriendo mucho.

Pienso que si su madre estuviera siendo feliz, le preguntaría si estaba siendo feliz.

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No voy a ser yo el que invente una teoría al respecto, que ya está formulada hace rato.

Pero el mismo día que llueven virus sobre una computadora, sobre las más distintas cuentas de correo, otra computadora de la casa dice basta echando humo, al mismo tiempo que se suceden eventos tormentosos con las personas y en el clima exterior.

Después de eso, al otro día no pasa nada de nada, lo que en el fondo es útil para la evaluación de los daños.

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Pero si los eventos no se dieran por paquetes, de un signo o de otro, uno podría quejarse de que la vida tiene un tono menor, un promedio sin altos ni bajos, sin picos, sin tensión y sin emoción.

Si algunos se aburren así como funciona ahora, es posible llegar a imaginar cómo podrían llegar a aburrirse entonces.

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Recuerdo perfectamente cuando los jugadores de fútbol usaban las camisetas con los colores de cada equipo.

Recién mucho más tarde aparecieron en esas camisetas las propagandas, los patrocinadores, los sponsors.

Y pensé en que así como llegamos como por un declive natural hasta este punto, quizás la evolución de las costumbres lleve a que alguna gente que anda en la cosa pública, sea en el oficio que fuese, pueda usar algún día su ropa de trabajo con el símbolo que identifique a su patrocinador.

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Pensando en lo que acabo de decir recién, se me ocurre que el tema de desprestigiar públicamente y quizás en forma indebidamente genérica a la gente que tiene exposición pública en razón de su oficio, independientemente de las pruebas que haya o de la posibilidad de probar nada, es que se afectan por extensión a aquellos seres absolutamente irreprochables que están y esforzadamente se mantienen en las mismas funciones.

Además del efecto nocivo de desalentar la entrada en esas funciones en el campo público, de la gente que podría constituir una necesaria renovación o recambio, lo que si no fuera tan peligroso para los interesados, por lo tóxico de la función, sería altamente recomendable socialmente.