jueves 9 de mayo de 2002

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Por estos lugares es otoño.

Estamos viendo hermosas hojas en los árboles, y esas hojas tienen hermosos colores.

Yo estoy viendo esas hermosas hojas y no puedo evitar pensar que ésas son hojas muertas, que todavía no han caído.

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Los mensajes de ese niño a su padre por el correo electrónico, eran del tipo: no te escribí antes porque no me acordé y además no me andaba la máquina, y allí mismo se despedía.

Pero eran mensajes bienvenidos porque aportaban mucha información implícita.

Expresaban sin quererlo o queriéndolo, que recordaba a su padre, y que estaba bien, porque no refería malas noticias.

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Siempre será un misterio para mí comprender cómo se puede tener contactos episódicos, no solamente con los hijos que están lejos o cerca, sino con otras personas, de nuestra familia o de nuestra amistad, o con personas especialmente conocidas o no, y observar que la calidad del vínculo se mantiene inalterable más allá del tiempo y del espacio.

También puede apreciarse gran calidad en el vínculo con gente que uno no ha visto jamás, con la que se toma contacto una vez y que quizás no se vuelva a ver, pero se puede apreciar sin ninguna duda que en ese único contacto se ha dado una buena comunicación, con calidez humana y especial profundidad.

Sería muy difícil explicarlo por el contexto, más bien desalentador, o por las facilidades para relacionarse con las personas, más bien pobres en general.

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Lo que ocurre cuando se siente ese contacto es que hay como un eco en el otro, pero no es un eco de uno mismo.

Lo que se siente en el otro y en uno, es como un eco de otra cosa, porque no tiene que ver con una persona en particular.

Quiero decir que las cualidades personales son importantes para que pueda sentirse ese contacto, pero cuando ocurre, no es que haya una persona en especial allí.

Lo que hay es un compartir de un espacio.

Y eso es grande, porque si se presta atención, en esos momentos pareciera estar sonando toda la orquesta.