martes 15 de octubre de 2002

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a veces hablamos por teléfono con alguien a quien queremos mucho y nos habla como distraídamente, o sin el interés que esperamos, o intercala algún silencio inexplicable;
antes de complicarnos la vida, pensemos que todo eso muy bien puede deberse a que esa persona esté jugando a alguna cosa en la computadora mientras está hablando por teléfono, o quizás esté comiendo, lavando los platos, cocinando, planchando, o haciendo cualquiera de esas cosas que últimamente la gente ha ido descubriendo que cree que puede hacer al mismo tiempo que habla con uno por teléfono
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caminando por la calle uno cree que ve un cartel insólito en un comercio, que dice:
Relojería, abierto las 24 horas;
y mientras se va acercando, pensando que la gente está loca, se aproxima lo suficiente para darse cuenta de que se trata de una idea no tan mala, pues ellos prestan servicios a los taxis, que andan de día y de noche, y los relojes son ésos, los que sirven para determinar el precio del viaje
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una señora antes de contraer matrimonio formal con su pareja con la que había convivido 27 años, se preguntaba para qué podría servir casarse, y alguien le contestó que casarse era un requisito ineludible para poder divorciarse, y ella tuvo que darle la razón
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caminaba por ese vecindario y tomaba nota mentalmente de todos los comercios que habían ido cerrando sus puertas, uno tras otro, por efecto de las crisis, y que habían dejado una secuela de locales comerciales cerrados y abandonados, pareciera que para siempre;
eso había afectado a todos, todos los rubros, menos, inexplicablemente, a esa calesita, (carroussell, dice el cartel), que seguía orgullosamente en pie, como si aquí no hubiera pasado nada
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hace más o menos treinta años en la Argentina salió una ley que obligaba a colocar en los edificios accesos especiales y facilidades para quienes usaban sillas de ruedas;
recordaba perfectamente que en su momento le pareció que iba a costar mucho llevarlo a la práctica en un país desacostumbrado a cumplir responsablemente con las reglamentaciones;
pasado el tiempo, y aunque por supuesto ello podría haber sido hecho en un lapso muchísimo más corto que estos treinta años, la realidad es que se ha avanzado bastante en la materia, como cualquiera puede verlo, aunque no todo lo necesario como haría falta, seguramente;
pero a raíz de ese avance, pensaba que lo que parecería un soberano disparate hoy, disponer de módulos de supervivencia e higiene abiertos al público general, quizás dentro de treinta años no lo sea tanto como lo puede parecer ahora;
por supuesto, decimos eso apostando, o mejor dicho, rogando por una evolución favorable