martes 1 de enero de 2002

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Siempre pensé que la tolerancia era una cualidad pasiva, pero dijo Richard Rorty, si mal no recuerdo:
La fantasía y la generosidad para con el otro (expresiones más apropiadas para la tolerancia, para la mera aceptación).
Y a mí nunca se me había ocurrido asociar la fantasía y la generosidad con la tolerancia y con la aceptación por el otro.

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…la definición menos "psi" de la neurosis: cuando una persona inteligente comete una estupidez. Seymour Papert, La familia computada.

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Estas son conversaciones de vestuarios de varones, y por supuesto que no son las típicas, que ésas cualquiera las podría imaginar sin ningún esfuerzo, y sin que yo las venga a contar acá.

Estaban dos hombres discutiendo acaloradamente. Uno le decía al otro: ¡vos no sabés quién sos! (así hablamos en Buenos Aires). Y el otro, gerentazo de una multinacional de bebidas alcohólicas circunstancialmente desnudo, no podía creer lo que oía y le replicó muy ofuscado: ¡Yo sé muy bien quién soy! Y el que habló primero, (juro que es todo un personaje, pero ahora no quiero describirlo para no distraer, porque sería para muy largo), le disparó:
¡nosotros no nos vemos como somos, nosotros somos como nos ven los demás!.

Y yo no supe si eso era cierto o no, pero me pareció una idea muy potente. Más tarde al comentársela a José María, él se la atribuyó a Lacan ( y yo pensé: ¿Lacan?).

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Un día, después de terminar de tomar una ducha, un compañero, hablando de Maquiavelo, me recomendaba leer El Príncipe (así lo hice) y me decía que en ninguna parte de ese libro se expresa que el fin justifica los medios. Es cierto. Lo más aproximado que dice es que el príncipe puede obrar conforme a su convicción, y que si todo sale bien, va a recibir aprobación por lo que ha hecho, como por otra parte, sabemos todos.

Respecto de ese libro, haré dos comentarios muy propios para estos tiempos de este país (la Argentina), y seguramente, de algún otro. Me llamó mucho la atención que usualmente se pasa por alto que en la introducción Maquiavelo advierte muy especialmente que todo lo que dice en ese libro es de exclusiva aplicación a los principados, porque para las repúblicas, que se gobiernan por otros principios, escribió otro tratado.

Esto me hace temer que alguna gente que se dedica a la cosa pública, quizás esté leyendo el libro equivocado.

Y otra cosa que me llamó la atención de ese libro, es que luego de dar al príncipe consejos muy interesantes para el ejercicio del gobierno, le dice que aunque los actos de gobierno deban apartarse circunstancialmente de la justicia, de la equidad, de la verdad, etc, el príncipe debe empeñarse muy seriamente en mostrar todo el tiempo imagen de hombre justo, prudente, leal a su palabra, y otras virtudes valoradas por el pueblo, cuya enumeración puede hacer cualquiera.

Y parecería que este último consejo algunos de los que van pasando por funciones de gobierno no lo están tomando todo lo seriamente que debieran, con lo que irritan innecesariamente al público más allá de toda prudencia.

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Y si alguno se molesta por lo que diré a continuación, porque creyó que la cosa era más fácil, pensando que era decidir entre los buenos y los malos, o que era como comprar una camisa y luego devolverla, porque la usamos y no nos gustó, o que la culpa es siempre de los otros, pediré disculpas, y diré como dijo Lukano una vez: perdón que me entrometa. (y se entrometió).

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Y hablando de eso que se llama pueblo en tiempos de puebladas, podríamos pensar que el llamado pueblo se muestra muy exigente en materia de las virtudes que pide de sus representantes y gobernantes, pero quizás no se exige tantas cualidades siempre a sí mismo, ni colectiva, ni individualmente.

Y respecto de los vaivenes en los sentires de los pueblos, se advierte una extrema sensibilidad y credulidad del público a climas instalados por los medios de comunicación. Quizás debamos prestar muy seria atención al periodismo, a lo que dice y a lo que hace, con su oficio en la producción de consignas (muchas aleatorias, contradictorias, oportunistas o inoportunas), su vocación dirigente no prevista en las constituciones de ningún estado, que yo sepa, sumada a su impunidad y despreocupación por las consecuencias de sus propias acciones.

Y quedarían pendientes algunos otros temas que están enteramente en el ámbito de la responsabilidad personal y social de cada uno de nosotros, como por ejemplo, encontrar y sostener cada uno un lugar intermedio de responsabilidad personal, política y social, en alguna parte de ese amplísimo territorio que existe entre el desinterés completo y la protesta airada y feroz.

En fin, temas que deberíamos asumir, investigar, elaborar, atender, conversar antes de obrar ciegamente y sin proyecto, y antes de cargar las tintas sin más sobre los representantes políticos, gobernantes o no, que por supuesto, tienen todo lo suyo, no pienso defenderlos aquí.

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Y otro día en el mismo vestuario el mismo compañero que recomendó leer a Maquiavelo, contó que Azorín dijo que el hombre tiene tres etapas en su vida. Que en la primera de ellas debe dedicarse a conversar con los muertos, indicando con ello, leer a los clásicos, en la segunda etapa, debe conversar con los vivos: esto es, leer a sus contemporáneos, y que el cometido de la tercera etapa, hasta la muerte, debe ser filosofar.

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Y José María me mandó cordiales saludos de año nuevo con un fragmento de Cartas a Meneceo de Epicuro.

Epicuro tiene cierta mala prensa, pues se lo simplifica hasta el ridículo diciendo que lo suyo tiende al placer y que eso sería todo, presentándoselo casi como un playboy. Se ve que en sus tiempos la gente le decía las mismas cosas porque escribió:

Cuando, por tanto, decimos que el placer es fin no nos referimos a los placeres de los disolutos o a los que se dan en el goce, como creen algunos que desconocen o no están de acuerdo o malinterpretan nuestra doctrina, sino al no sufrir dolor en el cuerpo ni turbación en el alma. Pues ni banquetes ni orgías constantes ni disfrutar de muchachos ni de mujeres ni de peces ni de las demás cosas que ofrece una mesa lujosa engendran un vida feliz, sino un cálculo prudente que investigue las causas de toda elección y rechazo y disipe las falsas opiniones de las que nace la más grande turbación que se adueña del alma.

De todas estas cosas principio y el mayor bien es la prudencia. Por ello la prudencia es incluso más apreciable que la filosofía; de ella nacen todas las demás virtudes, porque enseña que no es posible vivir feliz sin vivir sensata, honesta y justamente, ni vivir sensata, honesta y justamente sin vivir feliz. Las virtudes, en efecto, están unidas a la vida feliz y el vivir feliz es inseparable de ellas.