viernes 25 de octubre de 2002

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los argentinos descubrimos por lo menos un aspecto positivo de la devaluación y de la inflación;
cada uno puede sentir que ahora es cada vez más fácil hacerse millonario
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Tanizaki. El elogio de la sombra. Biblioteca de ensayo. Siruela.

Siempre que en un monasterio de Kyoto o de Nara me indican el camino de los retretes, construidos a la manera de antaño, semioscuros, y sin embargo de una limpieza meticulosa, experimento intensamente la extraordinaria calidad de la arquitectura japonesa. Un pabellón de té es un lugar encantador, lo admito, pero lo que está verdaderamente concebido para la paz del espíritu son los retretes de estilo japonés.
Siempre apartados del edificio principal, están emplazados al abrigo de un bosquecillo de donde nos llega un olor a verdor y a musgo, después de haber atravesado para llegar, una galería cubierta, agachado en la penumbra, bañado por la suave luz de los shoji (tabique móvil con un papel blanco que deja pasar la luz pero no la vista) y absorto en tus ensoñaciones, al contemplar el espectáculo del jardín que se despliega desde la ventana, experimentas una emoción imposible de describir.

En verdad, tales lugares armonizan con el canto de los insectos, el gorjeo de los pájaros y las noches de luna, es el mejor lugar para gozar de la punzante melancolía de las cosas en cada una de las cuatro estaciones y los antiguos poetas de haiku (poemas muy breves) han debido de encontrar en ellos innumerables temas.
Por lo tanto no parece descabellado pretender que es en la construcción de los retretes donde la arquitectura japonesa ha alcanzado el colmo del refinamiento.
Nuestros antepasados, que lo poetizaban todo, consiguieron paradójicamente transmutar en un lugar del más exquisito buen gusto aquél cuyo destino en la casa era el más sórdido y, merced a una estrecha asociación con la naturaleza, consiguieron difuminarlo mediante una red de delicadas asociaciones de imágenes.
Comparada con la actitud de los occidentales que, deliberadamente, han decidido que el lugar era sucio y ni siquiera debía mencionarse en público, la nuestra es infinitamente más sabia porque hemos penetrado ahí, en verdad, hasta la médula del refinamiento.
Tanizaki