martes 11 de junio de 2002

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Si no se maduran suficientemente las decisiones antes de tomarlas, es muy posible que no se sostengan, y ni siquiera se recuerden después de tomarlas.

La gente que necesita probar su pequeño poder en la escala minúscula, no se diferencia en sus tics de la que maneja corporaciones y países, salvo honrosas excepciones, ojalá las hubiera: desde afuera se ve claramente que es como si estuvieran practicando, o jugando como niños con ese poder.

Toda esta reflexión es porque la misma señora que en la biblioteca se me acercó la semana pasada a decirme que la jefa de la biblioteca había decidido pedirle a partir del día siguiente el documento a todo el mundo (¿o a mí sólo? ¿por mi actitud sospechosa de leer y escribir?), hoy me recibió, y no me dijo nada sobre eso, como si nunca hubiera dicho nada al respecto.

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Será por cosas así que alguien, en algún momento de la historia, habrá pensado que escribir las órdenes sería mejor que simplemente decirlas, porque así la orden mantendría su formulación original, y no se olvidaría y no se modificaría al ser transmitida por personas distintas.

Yo creo sin embargo que la razón oculta en pensar poner las órdenes por escrito fue contar con una manera de obligarse a pensar un poco en el momento de ponerse a escribir, aunque solo fuera para que pudieran entenderse esas órdenes al ser leídas.

Sin embargo, los que escriben esas órdenes son distintos de los que toman las decisiones que a veces también son distintos de los que mandan en apariencia.

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Lo más difícil en la vida no es en realidad decidir las cosas, sino sostener lo que se decide, y afrontar las consecuencias naturales de aquello que se ha decidido.

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Hablando de una aventura de Lanzarote, obra de Chrétien de Troyes, fines del siglo XII, entre 1160 y 1190.

Todo el material que se incluye hasta el final es de Joseph Cambell, Los mitos en el tiempo. Emecé.

Lanzarote era el más grande caballero de Arturo, que se enamora de Ginebra y pasa todas las pruebas. Bueno, la aventura incluye un par de juicios, uno de los cuales es mi favorito de toda la Edad Media: el Juicio de la Cama Peligrosa. Muchos caballeros tuvieron que experimentar la Cama Peligrosa. Uno entra en el cuarto que está absolutamente vacío, salvo por una cama con rueditas que está en el centro. Uno entra vestido con toda su armadura (espada, escudo, lanza, todas esas cosas pesadas) y va hacia la cama. Bueno, cuando el caballero se le acerca, la cama se mueve hacia un lado. Vuelve a acercarse, y ella se desplaza hacia el otro lado. El caballero al fin piensa: “Tengo que saltar”. Así que con toda su armadura salta a la cama, y no bien la toca, la cama empieza a corcovear como un potro salvaje por todo el cuarto, golpeándose contra las paredes y haciendo todas esas cosas y después se detiene. Una voz le dice al caballero: “No ha terminado. Mantén tu armadura puesta y cúbrete con el escudo”. Y entonces le caen flechas y piedras: bang, bang, bang, bang. Después aparece un león y lo ataca, pero él le corta las patas, y los dos terminan en un charco de sangre.

Entonces las damas del castillo, que serán desencantadas por esta gran aventura, entran y ven a su caballero, a su salvador, yaciendo como si estuviera muerto. Una de ellas toma un trocito de piel de su vestimenta y lo pone frente a la nariz de él, y los pelos se mueven apenas: respira, está vivo. Así que lo cuidan hasta que se repone, y el hechizo del castillo cesa. Lanzarote pasó por esto.

Mi gran amigo Heinrich Zimmer, hablando de estos materiales preguntó una vez: ¿Qué significa una prueba de este tipo? Esto es lo que hay que hacer cuando uno interpreta símbolos. Tiene que tratar de captar el significado de una cosa como ésta. Su respuesta, que pienso que probablemente es correcta, es que se trata de una experiencia masculina del temperamento femenino: no tiene mucho sentido pero ahí está. Primero va en una dirección y después en otra. Zimmer concluyó: “La prueba es mantenerse firme”. Ser paciente y no tratar de resolverlo. Sólo soportarlo. (…)