jueves 3 de enero de 2002

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Después de pensármelo bastante, en medio de los incidentes sociales que recientemente hubo por aquí, publiqué unas reflexiones sobre la crisis argentina, y José María me dijo en un correo:

Hoy estuve en «nadakedecir» y me encontré con una opinión peligrosa sobre nuestros ciudadanos y los medios periodísticos, que, naturalmente, comparto. Cuando me abandona la prudencia, lo hace totalmente, y por eso te diré que aún me parece que esa crítica a quien de nada se ocupa pero se queja de todo, mientras para desavisadas orejas a las mentiras y verdades a medias de los periodistas, se ha quedado corta. Este asunto me hace acordar a un libro que leí y que asociaba a los medios con la existencia de un "ciudadano impecable" que puebla nuestras terribles sociedades. Te mando un fragmento de "La senda del mal", de Rafael del Aguila, Ed. Taurus, Madrid, 2000. Hoy es muy fácil escuchar periodistas que relatan que los vándalos sufren una horrenda y brutal represión policial, o políticos que dicen que no es vandalismo sino "violencia anómica", un producto del sistema. Es posible ver que se quiere a un tiempo ensalzar las manifestaciones espontáneas y pacíficas pero no renunciar a considerar heroica la agitación organizada y violenta. He escuchado la siguiente propuesta: no devaluar, porque ello traería consigo una rebaja de los salarios, levantar el "corralito" y devolver todos los depósitos, e instalar inmediatamente un plan alimentario y un seguro de desempleo, todo sin aumentar ningún impuesto. ¡Anything goes! Te mando un abrazo,

y yo digo: gracias por el abrazo, y por el envío del material.

Y para los que tengan poco tiempo en general, esos fragmentos de "La senda del mal", dicen cosas como éstas:

Y esto es justamente lo que caracteriza al ciudadano impecable: su creencia en que todo debe resultar gratis. En política, ni esfuerzo, ni trabajo, ni tensión, ni decisiones dolorosas, ni pérdidas, ni sacrificios, ni dudas. Ni siquiera aquellas que parecen necesarias para mantener la comunidad política democrática que debería garantizar esos bienes y aquella armonía entre ellos. Hemos llegado a un momento en que la democracia podría definirse como aquel tipo de gobierno que autoriza a sus ciudadanos a desinteresarse por el destino de la democracia, ciudadanos que exigen que esté ahí para nosotros, sin que nosotros estemos ahí para ella. …Patrick Bruckner sugiere que el canto de nuestras sociedades a la juventud o la infancia se debe a nuestros deseos de escapar de las responsabilidades de la edad adulta que, al fin y al cabo, exige de nosotros renuncia consciente, limitación del deseo respecto al otro o rebajar nuestras "alocadas esperanzas" y trabajar para conseguir ser realmente autónomos.

La senda del mal, de Rafael del Aguila, Ed. Taurus, Madrid, 2000.

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Y si todo esto suena conservador, sería más que lamentable para mí, pues no era la idea para nada. Está muy bien si no se quiere participar socialmente conforme los usos y costumbres, también se puede abandonar y no exigir nada. O dar origen o formar parte de otro paradigma, (que abreviadamente quiere decir manera o sistema de creencias y valores, formas de ver y entender el mundo). Estamos esperando ansiosamente lo nuevo y si se les ocurriese algo, por favor cuéntenlo a los gritos, que si se me ocurriese algo a mí, avisaría urgentemente en este mismo sitio.

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Y respecto a las propuestas de máxima pidiendo todo sin resignar nada, es lo que todos querríamos, naturalmente. No estaría nada mal realmente. A mí me hace acordar a un médico que conocí que decía ante casos como éstos. Claro: es preferible ser joven, rico, sano e inteligente, y no ser viejo, enfermo, pobre e idiota.