8.9.2020.2

[26] En el prefacio a mi Crónica de Córcega, publicada en 1768, me expresé de la siguiente manera:
«Quien publica un libro y afecta no ser su autor, y afirma ser indiferente a la fama literaria, seguramente imponga en muchas personas una idea de su propia importancia tal como desea que se reciba. Por mi parte, me llenaría de orgullo que se me reconociese como autor, y tengo una ambición ardiente por alcanzar la fama literaria, ya que de cuantas posesiones existen imagino que la fama literaria es la más valiosa. Quien haya sido capaz de confeccionar un libro que haya merecido la aprobación del mundo, se establece como persona respetable en una sociedad lejana de la suya, sin peligro de que su carácter sea menoscabado por sus flaquezas. A duras penas es posible preservar una dignidad uniforme entre quienes a diario nos ven; aspirar a ello nos pondría a merced de los grilletes de una perpetua contención. El autor de un libro que merezca aprobación permite a su natural disposición un fácil despliegue, a la vez que puede disfrutar del orgullo que provoca la superioridad del genio cuando considera que jamás dejará de gozar de gran respeto entre quienes sólo le conocen como autor. Un autor de tales características en sus horas de tristeza y descontento puede hallar consuelo en pensar que sus escritos en ese preciso instante están procurando placer a muchas otras personas; un autor semejante puede hallar cobijo en la esperanza de que se le recuerde después de la muerte, lo cual ha sido de siempre objeto de grandes consideraciones para los intelectos más nobles de cualquier época». —BOSWELL <<
La vida de Samuel Johnson, James Boswell, Edición Miguel Martínez-Lage