22.9.2020.4

[c76] La noticia que se da de Levett en Gent. Mag., LV, 101, demuestra que era un hombre fuera de lo común. De lo contrario no habría concitado la atención de unos cirujanos franceses. El autor de la noticia dice: «El señor Levett, aun siendo inglés de pura cepa, llegó a ser en su mocedad camarero en un café de París. Los cirujanos que lo frecuentaban, al hallarlo de naturaleza inquisitiva, y atento a sus conversaciones, reunieron en su beneficio una bolsa y le instruyeron en los rudimentos de su profesión. Después le proporcionaron los medios de adquirir otros conocimientos al facilitarle ingreso gratuito a lecciones de Farmacia y Anatomía a cargo de los mejores profesores de la época». Viviendo con Johnson, «pasaba buena parte del día dedicado a atender a sus pacientes, que eran por lo general comerciantes de muy baja estofa. El resto del tiempo lo dedicaba a aprender y aprovechar las ocasiones de mejora que se le presentaban con tal de que fueran gratuitas». «Todos sus conocimientos de medicina, al decir de Johnson, y no eran poca cosa, los obtuvo de oídas. Aunque compraba libros, rara vez los examinaba, así como tampoco ha revelado poseer ningún poder por el cual pudiera supuestamente juzgar el mérito de un autor… El doctor Johnson ha observado a menudo que Levett estaba con él en deuda sólo por su habitación en su casa, por su panecillo a la hora del desayuno, por alguna que otra cena de domingo… Levett dio siempre valiosas y reiteradas pruebas de honradez, ternura y gratitud hacia su benefactor, así como de una infatigable diligencia en el ejercicio de su profesión. Su único defecto era alguna que otra ocasional desviación de la sobriedad habitual. Johnson observó que tal vez se tratara del único individuo que llegó a embriagarse por elemental prudencia. Reflexionaba que si rehusara la ginebra o el coñac que le ofrecían algunos de sus pacientes, nada podría haber ganado con la cura de los mismos, ya que muchos no habrían podido remunerarle sus prestaciones de ninguna otra manera. Esta costumbre de aceptar el pago en especie, fuera la que fuese, nunca la dejó siguiendo consejo de nadie… Se tragaba también lo que no le gustaba, e incluso lo que era consciente de que iba a hacerle daño, con tal de no volverse a casa con la idea de haber ejercido su profesión sin la debida recompensa… Aunque aceptaba cuanto se le ofrecía, nada exigía a los pobres». El autor de la noticia añade que «Johnson nunca quiso que se le tuviera por alguien inferior, ni le trató como si de él dependiera». Dice la señora Piozzi: «Cuando Johnson recaudaba aportaciones dinerarias para algún escritor en apuros, para algún ingenio que pasaba estrecheces, a menudo nos compensaba con entretenidas descripciones de la vida que llevaban en recónditos rincones, donde no los visitaba nadie más que él y el extraño cirujano que tenía en su casa para que atendiese a sus pensionados, y del cual decía con verdad sublime que era “en las más míseras covachuelas conocido”» (Piozzi, Anécdotas, pág. 118). «Levett, señora, es un individuo brutal, pero lo tengo en gran estima, pues su brutalidad es de modales, no de ánimo» (madame d’Arblay, Diario, I, 115). «Todo el que visitara a Johnson a mediodía se lo encontraba desayunando con Levett, Johnson en déshabillé, como si acabara de levantarse de la cama, y Levett sirviendo el té a su patrón o a sí mismo, sin que entre ambos mediara conversación» (Hawkins, Vida, pág. 435). La estima en que tenía a su pobre amigo bien la mostró a su muerte. [Véase pág. 1533]. <<
La vida de Samuel Johnson, James Boswell, Edición Miguel Martínez-Lage