16.10.2020.5

AL HONORABLE CONDE DE CHESTERFIELD
Febrero 7, 1755.
Milord:
He sido informado últimamente, por el propietario de El Mundo, que dos artículos en los que mi Diccionario es recomendado al público fueron escritos por Su Señoría. Ser distinguido de tal modo es un honor, que, estando tan poco habituado a favores de los grandes, no sé bien cómo recibir, o en qué términos reconocer.
Cuando, después de algún leve aliento, visité por primera vez a Su Señoría, me quedé subyugado, como el resto de la humanidad, por el encanto de vuestro trato, y no podía reprimir el deseo de poder jactarme de ser le vainqueur du vainqueur de la terre, de que yo pudiera obtener aquella consideración por la que veo luchar al mundo; pero hallé a mi público tan poco animado, que ni el orgullo ni la modestia me dejaban continuar. Cuando una vez me dirigí a Su Señoría en público, agoté todo el arte de agradar que un erudito retraído y no cortesano puede poseer. Había hecho todo lo que podía; y nadie se complace en que todo lo suyo sea desdeñado, por poco que sea.
Siete años han transcurrido ya, milord, desde que esperé en vuestras habitaciones exteriores, o fui rechazado de vuestra puerta, durante cuyo tiempo he ido prosiguiendo mi obra en medio de dificultades, de las que es inútil quejarse, y la he podido traer, por fin, al borde de su publicación, sin un acto de asistencia, una palabra de aliento o una sonrisa de favor. Tal trato no lo esperaba, pues nunca había tenido un protector.
El pastor de Virgilio conoció, por último, al Amor, y era un nativo de las rocas.
¿No es un protector, milord, uno que mira con indiferencia a un hombre que está luchando por la vida en el agua y, cuando ha llegado a tierra, le embaraza con su ayuda? El interés que se ha dignado tomar por mis trabajos, si hubiera sido temprano, hubiera sido amable; pero ha sido demorado hasta el momento en que soy indiferente y no puedo gozar de él; hasta el momento en que soy un solitario y no puedo comunicarle; hasta el momento en que soy conocido y no lo necesito. Espero que no sea una aspereza cínica el no confesar obligaciones cuando no se ha recibido ningún beneficio, o el no estar dispuesto a que el público me considere como debiendo a un protector lo que la Providencia me ha permitido hacer por mí mismo.
Habiendo continuado mi obra hasta aquí con tan poca obligación a cualquier favorecedor de la cultura, no me sentiré desilusionado, aunque haya de concluirla con menos obligaciones, si menos fueran posibles; pues hace tiempo que desperté de ese sueño de la esperanza, en el que una vez alardeó con tanto alborozo, milord, el más humilde, el más obediente servidor de Vuestra Señoría,
SAM JOHNSON.
La vida del doctor Johnson; James Boswell /Sel. y trad. A. Dorta /Ed. Austral