14.1.2021.11

El astrólogo Tito Maciá, que cuenta su mili, parte 2

Veo que no me levantan la censura, no me queda más remedio que contaros mi servicio militar, confío en que sea un buen revulsivo para supliquéis a los de Facebook que por favor me levanten la censura, y volvemos a las alfombras mágicas y a viajar por el tiempo. -Hasta que no me levanten la censura, todo va de la mili, lo siento.

-Por cierto no tenía por qué cumplir servicio militar, estaba exento a causa de padecer graves problemas físicos. En enero de 1970 padecí un accidente automovilístico circulando a más de 170 kilómetros por hora.

-Eso le pasa por llevar exceso de velocidad y ser temerario poniendo en riesgo su vida y la de los demás. –Pensará alguna señora de pensamiento rápido. No, era piloto de competición y corría en un circuito demencialmente organizado. Al final de una larga recta había una curva muy cerrada y en los laterales, en vez de poner balas de paja había una alambrada de rollo, como las trincheras de la guerra. Imagínate donde tendrían el cerebro los organizadores. Total que bajaba folladísimo, me enganché con la alambrada, salí volando, reventó el coche con Tito dentro.

Hospitalización durante meses, vértebras descolocadas, pérdida de vista, traumatismos variados y hecho fosfatina.

Así estaba cuando me llamaron para hacer el servicio militar. El accidente fue en enero y mi ingreso a filas en septiembre. Rápidamente me pusieron aparte con dos amigos míos, a uno le faltaba un brazo que perdió en un accidente y el otro, tenía “trastorno”.

Lo recuerdo de pequeño porque lo acompañaba a “hacer barro” y luego veía como modelaba figuritas de belén que eran una maravilla; la Virgen, San José, los reyes magos con sus camellos y sus pajes, el niñito Jesús, el burrito, el torito, corderitos, pastorcillos, al caganer, unas lavanderas y el zapatero arreglando botas. Después de semanas de trabajo a la salida del colegio, cuando ya estaba todo el belén montado, desnudaba a la Virgen, las pastoras y las lavanderas y no os cuento la serie de animaladas que hacia hasta con los camellos, era brutal, inimaginable. No estaba bien de la cabeza.

Después de la mili fue un gran artista de monumentos falleros y durante muchos años obtuvo los premios especiales. -Así que me junté con el manco y el artista y nos mandaron ir al hospital militar de Valencia para que certificaran nuestra invalidez.

-Tan contento con mis amigos nos subimos en Florida blanco descapotable y allá que nos fuimos al hospital a que nos dieran la invalidez. Aparcamos el coche en la puerta y después de entrar, nos pusieron un pijama gris, y guardamos la ropa en una pequeña taquilla.

¡Bueno! Será que nos tenemos que quedar un rato, -pensé- Eso era finales de septiembre. A mediados de octubre llevaba el mismo pijama y no nos dejaban salir del hospital. Así que hubo que adaptarse y organizar un plan. En cada sala había una monja jefa que se quedaba por las noches. Los hospitales de antes eran así.

El primer paso era ligarse a las monjas, cada uno a la suya, para ello había que estar presentes todas las tardes en el Rosario. –Santa María madre de Dios ruega por nosotros……….de tu vientre Jesús. -Y así todos los días una buenas dosis de Rosario para alegrar a las monjitas, pobres chicas, les gustábamos mucho, eso los hombres lo notamos. Y llegamos a final de octubre con las monjitas a favor. A todo eso nos pasábamos las tardes jugando al ajedrez, un día en una sala, otro día en otra. Solo teníamos que decirle a la hermana que jugamos al ajedrez en la otra sala, y como éramos chicos buenos, nos dejaron libres para movernos por la noche dentro del hospital, en la puerta estaban los militares vigilando-

El siguiente paso era llegar hasta el descapotable blanco para irnos de fiesta a Valencia. El hospital tiene un muro alto, menos en la parte final que el muro mide un par de metros y si te ayudan se puede saltar. En la parte lateral del muro que da a los campos de labranza había una puerta de hierro pequeña cerrada con un candado, de uso de jardineros. -El manco y el artista me ayudaron a saltar el muro, me fui a comprar un filo de sierra de metal y un candado parecido al de la puerta. Serré el candado, puse el nuevo y ya teníamos puerta personal y la nuit de Valencia era nuestra. -Cuando las monjitas se disponían a dormir, nosotros nos vestíamos de calle, abríamos nuestra puerta y nos íbamos de marcha tan contentos.

Viéndonos el demonio tan alegres y contentos quiso que una noche cayera un gran aguacero y nos pusimos de barro hasta la cabeza. Al entrar dejamos huellas que les resultó muy fácil seguir a la patrulla militar y nos pillaron. El coronel del hospital se enteró de todo el asunto y me dijo que si era capaz de hacer una cosa así, es que era apto para el servicio militar, y con esas me presenté en el cuartel y al llegar directamente fui al trullo. El manco se salvó, así empezó mi servicio militar.

Y si no me levantan la censura los de Facebook, sigo contando la mili, a mí con tal de escribir, me da igual, y para lo que cobro, también me da lo mismo.

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