9.6.2021.5

  1. DIARIO 1974
    En París consigo un viejo número de Les Temps Modernes (1952) con un ensayo de Étiemble sobre Borges con divertidas alusiones a China y al maoísmo. Se lo llevo a Kuo Mo-jo, el gran escritor, a quien visito al final de mi viaje.

En Pekín me recibe en su casa, vestido con un impecable traje mao color ceniza oscuro, el rostro suave, arrugas profundas y ojos muy claros. Está sordo, usa audífonos, titubea al caminar, vacilando por la edad. Nos saludamos, nos damos la mano y caminamos juntos hacia los sillones. Cómo va la salud, le pregunto, y él sonríe mientras me dice que no está muy bien, que siente algunos mareos. Después comienza a hablar y a veces se pierde buscando las palabras justas. Habla de los enemigos de China, que siempre han venido del norte. Antes construimos la muralla y ahora cavamos túneles, dice riéndose de sus propias ocurrencias, dejando flotar las manos en el aire. El carácter chino wen significa a la vez los rasgos, las vetas —de la piedra, de la madera—, las huellas de las patas de las aves, los tatuajes, el dibujo en los caparazones de las tortugas, pero también la literatura, dice como si despertara. A cada lado se sientan varios ayudantes, que le soplan las palabras que no encuentra, se acercan para hablarle a los gritos, anotan todo lo que dice y también lo que yo digo. Me han dicho que usted es un escritor y un estudioso, me dice. Espera que la experiencia de conocer China sea apenas un punto de referencia porque la cuestión es conocer mejor el propio país. Yo afirmo, sonrío, conozco algo de literatura argentina, pero no conozco la literatura china, aunque en Buenos Aires se han traducido sus poemas. Oh no, me dice, muy malos, muy malos. Sigue hablándome de aprender a conocer la Argentina, y cuando habla no le da tiempo al traductor, a quien no oye. Tien le repite mis palabras a los gritos y él sonríe o mueve las manos. Me muestra una frase de Mao a los intelectuales japoneses que lo habían visitado: «Cuando vuelvan a Japón olvídense de todo lo que han visto en China». Donde dice Japón, ponga la Argentina, se ríe.

El anciano es el escritor chino más famoso luego de Lu Sin, sin embargo estos honores y reconocimientos comenzaron a entibiarse a partir de 1966, cuando los sectores más extremistas de la Revolución Cultural le lanzaron duras acusaciones por sus supuestas «desviaciones ideológicas». El traductor se anticipa a decir que esas acciones fueron responsabilidad de Lin Piao. Entonces me dice que luego de varios meses de ostracismo, y de una autocrítica un poco forzada, decidió dejar de escribir y desde entonces sólo se dedica a caligrafiar poemas de Mao. Una condena, le digo. Al contrario, una gracia, la caligrafía es un arte tan valorado como la poesía o la pintura. Los poemas de Mao que se ven en la ciudad están caligrafiados por él, son bellísimos. Prefiero ser un calígrafo, dice. Enseguida alguien se acerca con un libro azul con los poemas de Mao bellamente caligrafiados por Kuo Mo-jo. Le escribiré una dedicatoria, me dice, ¿le parece bien? Nuevas movilizaciones de los ayudantes, que traen los pinceles, tinta china y un letrero con mi nombre escrito en chino. Escribe tembloroso, se disculpa, ya no puedo dominar mi mano, ¿usted qué edad tiene? Treinta, le digo, y él mira al costado como sorprendido de que alguien pueda tener esa edad. Oh, dice, aún puede hacer muchas cosas, aprender lo que quiera, incluso el chino. Tengo cincuenta y tres años más que usted, y vuelve a sonreír mientras me alcanza el libro. Entonces yo le regalo el ejemplar de Les Temps Modernes. Hay un bello ensayo de Étiemble, le digo, le va a interesar. Me agradece con entusiasmo. Aprendí francés en París en los años veinte, dice, enseguida el movimiento de los ayudantes me hace ver que debo despedirme. Digo algunas palabras, él me estrecha las manos con floja simpatía y yo le apoyo una mano en el hombro. Le deseo cien años de vida, me dice, y camina unos pasos conmigo hasta la salida en medio del círculo de los ayudantes, que se chocan cuando yo trato de adivinar a quién debo saludar primero. Sensación de haber encontrado a un poeta que espera la muerte mientras cita a Mao Tse-tung con cierta resignación irónica.

Los diarios de Emilio Renzi 2; Ricardo Piglia