martes 22 de enero de 2002

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Yo caminaba por el centro de Buenos Aires, había salido del subterráneo, y me crucé con un señor que iba con su teléfono celular en la mano, bien lejos de su boca, tenía puesto en un oído un audífono o auricular como de radio (¿podía ser del teléfono?) y caminaba por la avenida, con la mirada en algún lugar, muy lejos, delante suyo.
Iba diciendo las siguientes palabras, lo escuché al pasar:
…caos, todo es un caos…
Y yo no supe si era su respuesta a una comunicación telefónica que estaba sosteniendo, o si era que finalmente, ese hombre, en medio de la ciudad, había comprendido.

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Ser pobre no tiene nada de malo.

Tampoco tiene nada de bueno.

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El tema de los presuntos fracasos de los filósofos en mejorar la calidad de la vida de la raza humana verdaderamente me importa muy poco.
En primer lugar porque está muy compartido con el fracaso en ese campo de los hombres, las mujeres, los religiosos, los violentos, los pacifistas, los políticos, los buenos y los malos, y las gentes de cualesquiera etiquetas que se hayan inventado.
En segundo lugar el presunto fracaso de los filósofos en mejorar la vida de la sufrida especie humana no sería tal, si se nos diera por sospechar cuánto peor podríamos llegar a estar si ninguna de la buena gente que pasó por este mundo hubiera existido. (Entre esa buena gente incluyo modestamente a cada uno de nosotros).
Y además…. confieso que estoy bien fastidiado de la cultura del éxito. Los medios nos tienen muy bien acostumbrados a aplaudir a los ganadores, para denostarlos apenas se convierten en perdedores. Yo no quisiera que ahorremos tanto la inteligencia, al punto de no llegar a usarla jamás.
Me parece que las acciones humanas deben tener un peso por sí mismas, con total independencia de su éxito o de su fracaso.
Y cualquiera que haya caminado algo por el mundo debe advertir muy fácilmente que hay cosas bien hechas que salen mal, así como hay cosas mal hechas que salen bien.
Además, teniendo en cuenta que los triunfos y fracasos son siempre relativos, pues sus efectos pueden ser bien diferentes con relación a qué cosas o bienes se tomen en cuenta, pero éste es un gran tema en sí mismo, que merece ser conversado en otro momento.
Lo cierto es que si los filósofos no han tenido éxito, según parece, no sería tan importante. Primero porque su cometido de lidiar con lo incomprensible es bien desproporcionado con relación al entendimiento humano, por definición.
Y después, porque por imposible que se presente la misión de encontrarle remedio a cosas que parecen sin remedio, su aparente inútil empeño tiene cierto contenido y mensaje arquetípicos, cierto perfume heroico, loco, alguna resonancia monumental.
Y eso deja para nuestras simples vidas humanas unas fronteras potenciales grandiosas por su amplitud, tan generosas, que según andemos de ánimos, a veces no nos las creeremos, pero a veces sí, por increíbles que sean.
Y a esa vida de lujo, yo la llamaría, por lo que implica por sí misma, viajar en primera, con independencia de las circunstancias, que es lo mismo que decir, con independencia de los fracasos, y también de los éxitos.