5.8.2022

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ROSA CHACEL: LA MEMORIA COMO INVENCIÓN por Julián Marías

 

https://www.abc.es/archivo/periodicos/abc-madrid-19871120-3.html

Descripción

EDITADO POR PRENSA ESPAÑOLA SOCIEDAD ANÓNIMA 20 DE NOVIEMBRE 1987 ABC

 

ROSA CHACEL: LA MEMORIA COMO INVENCIÓN por Julián Marías

Sobre Rosa Chacel llevo escribiendo treinta y cuatro años, desde 1953, intentando mostrarla -durante largo tiempo «descubrirla»- a españoles e hispanoamericanos. Que esto fuera necesario es el resultado de muy diversos motivos, de varias razones y algunas sinrazones.

Rosa Chacel tiene ochenta y nueve años: procede de ese año 1898, que dio su nombre a una generación ilustre y fue la fecha de nacimiento de un buen puñado de figuras egregias. Pertenece a la generación que llamo de 1901, por su centro; pero no propiamente al grupo llamado «del 27», coto cerrado de los poetas, difícilmente abierto a los prosistas. Rosa, que había escrito muy poco antes de la guerra civil -colaboraciones en la Revista de Occidente y la novela Estación ida y vuelta- durante ella colaboró, como yo mismo, en Hora de España. Luego emigró, quedó aislada de los lectores españoles, poco arraigada entre los del exilio. Siempre ha sido una escritora lenta -se ha acelerado en los últimos años- de difusión limitada.

Sobre su libro más extenso, en algún sentido el más importante, La sinrazón, escribí en 1961, y prologué su primera edición española en 1970 («Azar, destino y carácter de Rosa Chacel») de la que arranca su descubrimiento por sus compatriotas. Antes había publicado Memorias de Leticia Valle y Teresa, novela cuyo personaje es Teresa Mancha, la amante de Espronceda. Un día, en Río de Janeiro, me dio el original del libro que yo prefiero entre todos los suyos, Desde el amanecer; sería divertido y triste recordar cómo lo rechazaron durante un par de años los más conspicuos editores y algunos escritores eminentes cuando se lo propuse. Después, y ya establecida en España, Rosa Chacel ha escrito más que nunca.

Para mí, y así lo dije desde el principio, Rosa Chacel era, tenía que ser, novelista. Sus limitaciones vienen de las vigencias de su generación: «deshumanización», culto al «estilo». afición a lo hermético y críptico.

Todo eso va contra la novela, y cuando triunfa, la perjudica. Lo creador en ella viene de su vocación última de novelista, cuando la deja explayarse, cuando usa la imaginación, «la facultad más sustancial» decía Unamuno. Temo que la crítica reciente, al encasillar a Rosa dentro de su generación, la tiente a recaer en lo menos auténtico.

Lo interesante es ver la cualidad de la imaginación de Rosa Chacel. Ha sido una niña precoz, aislada de todo menos de su familia, autodidacta, sin escuela, ni instituto, ni Universidad. Se ha «constituido» se ha «hecho» en la niñez. Es una niña precoz, de ochenta y nueve años; ha ido envejeciendo -la verdad, no mucho- conservando la niñez enteramente actual. Por eso tiene la admirable amistad y compenetración del niño con los animales; sabe ponerse en el punto de vista del animal con verdadera genialidad («La sinrazón»). Tiene, en cambio, dificultad para hacer lo mismo con las personas; por eso sus novelas muestran una inquietante escasez de diálogo -si alguien tiene la tentación de desdeñarlo, lea el Quijote.

Rosa mira siempre hacia atrás, hacia el paraíso perdido de la primera infancia. ¿Porque fue muy feliz? No, porque fue su génesis, porque en ella se formó esa realidad llamada «Rosa Chacel» que es lo que más le ha interesado. Es el tiempo en que absorbe realidad, en que se hace un mundo; con las cosas, pero con muy pocas cosas, intensamente poseídas. Es lo que considera «lo suyo». Por eso tiene gran estimación por sus padres, ilimitada adhesión, por ser suyos. En alguna medida siente su vida entera como una decadencia, fuera del paraíso donde reinó.

En esto reside su creación literaria original, aquello que sin duda quedará, lo que hace de ella uno de los escritores más interesantes de nuestro siglo. Vive de la memoria, pero en ella no es evocación rememoración de un tiempo pasado de añejas historias. Esta palabra, añejo, sería absurda. El pasado está presente, está aquí, actuante. Más que «recordado» es «inventado» es decir, descubierto como una isla o un continente. Esto no se puede hacer, claro, más que imaginándolo, haciendo renacer a la niña Rosa de principios de siglo, en su Valladolid natal. Esto es lo que hace Desde el amanecer, y por eso me parece el libro capital de su autora, el más destinado a durar, el que mejor expresa quién es. Una autobiografía de los primeros diez años es el más novelesco y el más verdadero de sus libros. Lo leí casi a la vez que A Sort of Life, de Graham Greene, que tiene mucha semejanza, y encuentro más hondura y penetración en el de Rosa, sin regatear el mérito del inglés.

La invención de Rosa Chacel pasa por la memoria y es tanto mayor cuanto más actúa la elaboración y vivificación del recuerdo. A la inversa, cuando ese espesor temporal falta o se adelgaza, la invención decae o se atenúa. Por eso es mayor en Memorias de Leticia Valle, menor en Teresa, superior en Desde el amanecer, problemática en Barrio de Maravillas, libro vacilante, oscilante entre la memoria y una actualidad retrospectiva si vale la expresión. Paradójicamente, hay más novela chaceliana en la autobiografía que en la novela, en que la niña grande Rosa se desdobla en dos personajes de ficción.

Creo que habría que estudiar a esta escritora, teniendo en cuenta su peculiaridad. No se la puede reducir a grupos, escuelas o tendencias. Suele invocar a Unamuno y a Ortega, a Juan Ramón Jiménez y a Ramón Gómez de la Serna, y a James Joyce. Este último ha sido quizá su tentación. De los otros autores ha recibido mucho, dicho sea en su honor: es de los contados novelistas españoles que han sabido recoger lo más creador de nuestro siglo. Ha admirado también a Valle-lnclán, pero su influjo tenía que ser menor, por razones profundas. Con todo, las «fuentes» no explican a ningún autor capaz de creación: condicionan, pero no determinan. Rosa Chacel tiene una personalidad que no se puede cambiar por otras, por ilustres que sean; cuando no cae en la tentación «del 27» o la hacen rehacer desde fuera, cuando avanza hacia sí misma, constituye una etapa propia en la historia de la narración en lengua española, y digo esto porque en esa lengua ha vivido, con extraña fuerza, con posesión plena, recreándola.

Por si esto fuera poco, es un ejemplo particularmente intenso de lo que llamo pensamiento literario, que hace algún tiempo estudié con minuciosidad, en la España del siglo XX. Rosa Chacel representa una forma peculiar de visión interpretativa. Nos da la depuración, alquitarada mediante el paso del tiempo, de las impresiones que pueden ser sumamente triviales. El tiempo es la forma de la vida, y con él se extrae lo que en esas impresiones había de realidad. Por eso, si esa operación indispensable falta, si no se interpone el tiempo, queda la trivialidad y falta la invención. Se podría establecer una jerarquía de los libros de esta autora, y se vería que la cima está constituida por el máximo de interposición del tiempo revivido, y el nivel más bajo corresponde a una inmediatez sin elaboración temporal, en la que paradójicamente se desvanece la realidad. Todo escritor se debate entre la llamada a la autenticidad y las diversas tentaciones que lo acosan. Y esta lucha nunca termina, a ninguna edad. Por eso siempre se puede temer, y se puede esperar, del escritor vivo. Rosa Chacel avanza hacia los noventa años con una extraña vitalidad, expuesta a las tentaciones, capaz de suscitar nuevas esperanzas.

Julián MARÍAS

de la Real Academia Española

 

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