domingo 1 de septiembre de 2002

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Los conciertos grabados en vivo, además de las toses, incluyen muy misteriosos ruidos, que tal vez se deban a gente moviéndose en sus asientos, o quizás estén solamente en la grabación, y no hayan estado jamás en el lugar donde tuvo lugar el concierto.

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Iba un perro con su dueño por la calle, iban al encuentro de una muchacha hasta que se encontraron.

Y al encontrarse todos ellos, el perro tuvo una demostración de afecto por la muchacha, y ella la tuvo con el perro.

Pero ambos seres humanos comenzaron a hablarse entre sí mientras caminaban, y no hubo entre ellos ninguna demostración de afecto, ni saludo, ni nada.

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Tomado de H. D. F. Kitto, Los griegos, Editorial Universitaria de Buenos Aires, EUDEBA.

En dos palabras, hay un poder superior a los dioses; éstos no son omnipotentes. Este poder sombrío era llamado Anánke -lo que debe ser-, o Môira, la fatalidad distribuidora.

Jenofonte (Memorabilia, II, 9) refiere una conversación entre Sócrates y un amigo rico de nombre Critón. Critón señalaba que para un hombre resultaba muy difícil vivir en paz:

– En este mismo momento la gente mete pleitos contra mí y no porque les haya hecho ningún daño, sino porque creen que yo pagaré antes de tomarme la molestia de ir al tribunal.

Sócrates (como siempre en los Memorabilia) es sumamente práctico. Sugiere a Critón que debería cultivar la amistad de un tal Arquedemo, hombre de gran capacidad e integridad, buen orador aunque pobre, porque desdeña los caminos fáciles que llevan a la riqueza. Por consiguiente Critón – adviértase el caballeresco proceder – empieza por invitar a Arquedemo cada vez que hace un sacrificio y en la época de la cosecha, sea de trigo, aceite, vino, lana o cualquier otra cosa, le envía una parte. En recompensa, Arquedemo acomete contra algunos de estos sicofantes (sicofante = impostor, calumniador). Descubre delitos de los que ellos son culpables, y, con la ayuda de otros ciudadanos víctimas de sus chantajes, los persigue judicialmente sin piedad hasta que le prometen dejar a Critón tranquilo, y además, pagar cierta suma a Arquedemo.

(Nota del editor: Lo que sigue es largo. Una posible síntesis sería ésta: ¿Quién tuvo la culpa en la muerte de Sócrates? Este autor sostiene que hubo empate, o dicho de otra forma, lo que resulta muchas veces duro de tragar: todo el mundo tenía su razón).

Este jurado popular era juez legal y de hecho y no había apelación. Si la ofensa era tal que la ley no establecía una penalidad precisa, como un jurado tan amplio no podía formular la sentencia, el acusador proponía una pena, el acusado ofrecía una alternativa, y el jurado debía elegir entre las dos. … Cuando Sócrates ha sido condenado, la acusación exige la pena de muerte, pero Sócrates sugiere al principio, como alternativa, la posibilidad de acogerse a la munificencia (munificencia = generosidad espléndida, liberalidad) de la Ciudad, y luego propone, formalmente, no el destierro, el cual hubiera sido aceptado con gusto por el jurado, sino una multa casi irrisoria…

Es cierto que esta democracia restaurada fue persuadida, en el año 399 aC, de que había que condenar a muerte a Sócrates, pero éste distó mucho de ser un acto de brutal estupidez. Recuerde el lector lo que había visto y soportado el jurado que juzgó esta causa: su ciudad derrotada, maltratada y desmantelada por los espartanos; la democracia derrocada y el pueblo asolado por una cruel tiranía. Piense que el hombre que causó más daño a los atenienses y prestó más importantes servicios a Esparta fue el aristócrata ateniense Alcibíades y que éste había sido compañero permanente de Sócrates y que el temible Critias había sido otro. Piense que, aunque Sócrates había sido un ciudadano eminentemente leal, resultó también un franco crítico del principio democrático. No es de sorprender que muchos atenienses simples pensaran que la traición de Alcibíades y la furia oligárquica de Critias y sus secuaces fuesen consecuencia de la enseñanza de Sócrates. Y no pocos que atribuían no sin razón las calamidades de la ciudad al derrumbre de las normas tradicionales de conducta y moralidad achacaban parte de la responsabilidad al interrogatorio continuo y público sobre todo lo existente que formulaba Sócrates. En tales circunstancias; ¿habría sido hoy Sócrates absuelto por una encuesta popular tipo de la de Gallup, especialmente después de su intransigente defensa? Dudamos que las cifras lo hubiesen favorecido más, un total de 60 sobre 501.

La pena de muerte que siguió dependió en gran parte de él mismo; se rehusó deliberadamente a proponer el destierro y, también en forma terminante, se negó a ser sacado (escaparse con la ayuda de sus amigos) de la prisión. Nada más sublime que la paciencia de Sócrates durante y después del juicio y esta sublimidad no debe ser dramatizada representando a Sócrates como una víctima del populacho ignorante. Su muerte fue algo así como una tragedia hegeliana, un conflicto en el cual ambas partes tienen su derecho.

H. D. F. Kitto

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Sobre todo esto hay un comentario en El Principio de Peter, de Peter & Hull. Plaza & Janés.

Sócrates fue un maestro incomparable, pero encontró su nivel de incompetencia como abogado defensor.