sábado 7 de septiembre de 2002

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Tenía toda la intención de que su anciana madre no se quejase continuamente de su suerte.

Para eso, le recordaba cada vez, cuando ella lo hacía, los privilegios relativos de su situación, respecto de la situación de la gente que pasa cada vez más graves necesidades, ahora mismo, o mencionándole ejemplos de situaciones de muchísima mayor gravedad en otros lugares, o en otros momentos de la historia reciente y no tan reciente.

Pero terminó reconociendo que ése no es un sistema que funcione, por lo menos con su madre, porque ahora, cada vez que habla con él por teléfono, ella le dice, completamente fuera de contexto y sin que haya ningún motivo aparente;
– No te preocupes por nada, todo se va a arreglar.
algo que demuestra que la tonelada de quejas está siempre allí, pero ahora gravemente implícita,

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No es fácil decidirse acerca de si uno preferiría la queja sorda e implícita por sobre la queja a viva voz.

Tal vez simplemente debamos constatar un hecho, que quizás seamos libres de aceptar, y quizás no quisiéramos hacerlo dócilmente.

Y es que para la enorme mayoría de nosotros, la existencia humana deba por fuerza sentirse entretejida con la queja sobre su condición.