viernes 25 de enero de 2002

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Cantar en un coro es una experiencia inolvidable, pero quizás no lo sea por las cosas que habitualmente se piensa. Cada vez que termina el año me pregunto si volveré a cantar cuando recomience la actividad.
Porque exige dedicarle mucho tiempo, y la disciplina de estudiar alguna cosa para afrontar más o menos dignamente los compromisos.
De cualquier modo, me gusta hacer de cuenta que ya no volveré por allí, para tomarme la libertad de contar algunas cosas que recuerdo de esa vida.

Uno.
El hombre concurría por primera vez a un ensayo de ese coro, un coro bastante importante y muy serio. Era sábado, y estuvieron haciendo media hora de ejercicios vocales y una hora de ensayo intenso, concentrado. El hombre se entusiasmó con la idea de dedicarse a la música, era un hermoso repertorio clásico y moderno, pero principalmente le atraía el ambiente muy serio y severo, casi monacal. Le permitiría salir de un tono crispado de problemas matrimoniales sin solución que habían quedado atrás de la peor o de la mejor manera. Podía dedicarse a cantar, y lo demás podía esperar. Y por lo menos por un año… prefería ni oír hablar de nada de meterse con mujeres, así que ni miró a las sopranos ni a las contraltos. Llegó el momento del descanso de media hora. Y el hombre se quedó solo en un apartado rincón, disfrutando del descanso, y absorbiendo la paz de un ambiente de puro trabajo por el arte de la música. Uno de los cantantes más veteranos, serio y respetable, se le acercó con paso pausado al rincón apartado donde estaba, se puso a su lado, abrió una partitura, y señalando obviamente más allá, dijo lo siguiente, en voz muy baja: "te voy a marcar (señalar) dos minas (mujeres) que te podrían interesar…" y dio a continuación un completo detalle de cada una como si, tratándose de un auto, se indicaran marca, modelo, uso anterior y actual, y kilometraje.

Dos.
Faltaban pocos minutos para comenzar la actuación. Músicos y cantantes estaban haciendo la última visita al baño, que es un tema de vida o muerte, pues uno nunca sabe en qué momento va a ser la próxima oportunidad. Fue entonces cuando escuché surgir desde adentro del baño una penosa exclamación, y vi salir a un hombre con el violín en la mano alteradísimo porque no había papel por ningún lado. Yo recordaba tener unas servilletas de papel en el bolsillo y se las ofrecí. Nunca olvidaré la mirada de enorme gratitud de ese violinista.

Tres.
Era un casamiento en una iglesia bastante importante y monumental. Estábamos a la vista de todo el mundo. Faltaban pocos momentos para empezar a cantar, y en eso uno de los tenores se acercó al director y le susurró muy bajo, en forma inaudible para los demás (voy a transcribir expresiones típicas de Buenos Aires): pará (espera) un cachito (poquito), que todavía no llegó la novia. Y el director que estaría un poco nervioso, en voz bastante alta, no advirtiendo que tenía el micrófono al lado, y provocando un silencio y una sorpresa generales, le contestó, para conocimiento de todo el público, porque resonó en toda la iglesia: ¡ya sé, no soy boludo!
Nota: la expresión boludo era en la Argentina de otros tiempos una muy mala palabra, y sería un equivalente de gilipollas, torpe, tonto, imbécil, y se utilizaba ofensiva y agresivamente. Ahora se usa entre jóvenes y no tan jóvenes como mera muletilla para hablar casi normalmente, aunque no es para nada un signo de buena educación, ni mucho menos. Por ejemplo, se dice: boludo… tal cosa o boluda…. tal otra, también entre las mujeres, generalmente adolescentes. De cualquier modo la gracia de la anédota se debe a que todavía no es un término tan popular, aceptado e inocuo como para emplearlo por micrófono en una iglesia repleta, justo antes de un casamiento y delante de todo el mundo, aunque sí parece que se lo considera gracioso para usar en televisión y demás medios.

Cuatro.
En otra ocasión, esa misma semana, estábamos preparándonos, a muy pocos segundos de empezar a cantar en una Sinagoga. En esos casos el director, frente al coro, golpea un diapasón, y se lo lleva al oído para escuchar la vibración. El diapasón es un pequeño objeto de metal con forma de horquilla que al vibrar por el golpe da una nota. Tomando en cuenta esa nota, el director da la nota inicial que debe cantar cada una de las voces, lo cual parece algo sencillo, pero para poder hacer eso hay que ser el director del coro. Pues estábamos todos allí, es un momento muy tenso, frente al templo lleno, y este buen hombre que no anduvo en una buena semana indudablemente, no tuvo mejor idea ante el estupor general, que meter la mano en el bolsillo y llevarse al oido… las llaves del auto.
Nota: se comprende que después de ventilar estas cosas, lo mejor sería que me fuera buscando otro coro.

Fin de los recuerdos.

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Dícese de los scouts que cuando se van de un lugar, deben proponerse dejarlo mejor que cuando llegaron a hacer su campamento. Si esto fuera como me lo contaron, y si además se cumpliera, sería una buena cosa para recordarse.

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En algunos modelos sociales las sociedades te asfixian más bien con la indiferencia y con la permisividad que con la coacción y la violencia.
Cuesta advertirlo, pero en el marco de la permisividad y la confusión, hasta es posible obrar en forma socialmente positiva, siempre que nadie se dé cuenta, y si es posible preferentemente presentarlo como negocio lícito, que es lo respetable socialmente, desde el punto de vista de la autoridad.
Hay que evitar presentar perfiles exclusivamente de bien público o de interés común. Eso levanta tremendas sospechas en algunos funcionarios y gobiernos.
Es una época donde el estado va perdiendo el interés por las acciones y programas de seguridad social, pero no está preparado el campo para lo que sigue.
Y no está resuelto qué modelos alternativos podrían cubrir esos vacíos dentro de los márgenes de tolerancia sociales usuales.
Se desarrollan fundaciones satélites de las corporaciones, y organizaciones no gubernamentales satélites de las corporaciones o no, pero hay mucha confusión, propia de los períodos de intenso cambio.
Hay mucha confusión para la gente que podría sumarse a la tarea de pensar algo positivo primero y de hacer algo positivo después.
Y si alguien está pensando en salirse de los márgenes de tolerancia sociales usuales para proponer cosas cruentas por lo innovadoras, o innovadoras por lo cruentas, le diría que piense que es como comprarse zapatos nuevos de modelos raros. Luego hay que tolerar pacientemente todo el tiempo que se requiera para que nos adaptemos a ellos en medio de los dolores, si es que finalmente nos adaptamos.
Contrariamente a esto último, es de la más pura inteligencia y sensibilidad aspirar como criterio de acción a que los modelos sean los que se adapten a las personas, para lo cual, primero, deberíamos vernos y pensarnos como personas, (que sería lo más difícil, según se sabe desde siempre), y después, o al mismo tiempo, pensar y hacer las sociedades.