miércoles 30 de enero de 2002

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Se llamaba Pedro. Había que hacer algo, y no estaba hecho, y apenas le pregunté qué era lo que había pasado, me di cuenta de que no tenía la menor idea de qué cosa podía contestarme.
Cualquier persona hubiera elegido en el acto alguna excusa, pero este hombre no supo qué decir y largó una genialidad.
Calló unos segundos interminables y dijo:
no se pudo.

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Y conocí a un abogado que normalmente era bastante bueno, pero cuando se ponía malo, y lo consultaban por algún problema profesional, hacía como que pensaba y decía:
la verdad es que no quisiera estar en tu lugar.

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Nosotros tenemos problemas como cualquiera, y a mí me gusta decir algunas veces:
que dentro de cien años ni nos vamos a acordar de esto.

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Cesare Pavese decía: trabajar cansa.
Y también cansa no trabajar.

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Entré a un restaurante con unos compañeros de trabajo, y la dueña me preguntó: ¿qu hace de vuelta por aquí?
Cuando le contesté que era la primera vez en la vida que entraba en ese lugar se sonrió, pensando que yo estaba bromeando.
Cuando le aseguré que no era así, me preguntó con desconfianza si yo no había salido hacía apenas cinco minutos por esa puerta, después de haber terminado la cena. Le contesté que no. Ella no quedó conforme para nada.
Y creo que yo tampoco, porque por cinco minutos, no me encontré cara a cara conmigo mismo.
Mientras tanto, el doble permanecía sentado en su auto, estaba por partir cuando vio llegar al otro, lo vio entrar al local y adivinó toda la escena que siguió. Y estuvo un largo rato sentado pensando si entraba y afrontaba encontrarse consigo mismo. Pero decidió no afrontarlo, o mejor dicho, se sintió completamente imposibilitado para afrontarlo.

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Estaba en la plaza viendo cómo un mar de palomas se las arregaba para convivir con dos gatos decididos a comerse a todas las palomas que pudieran, pero no podían comerse a ninguna, por lo menos mientras estuve allí para verlo.
Lo que hacen las palomas aparentando total indiferencia es mantener siempre la misma distancia que las separa del gato.
De modo que alrededor del gato, dentro del mar de palomas, hay un vacío constante que recuerda a un círculo perfecto que se mueve con el gato en el centro.
Cuando son dos los gatos la forma no es perfecta, pero funciona de esa manera, manteniendo la distancia constante entre cada gato y las palomas.
Si el gato se impacienta y corre, o si salta, las palomas vuelan, y nadie sale lastimado.
O solamente queda lastimado el orgullo del gato.

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Hacer eso que hacen las palomas al mantener una distancia segura, puede salvar la vida o por lo menos las plumas.
Hay gente que un día te trata bien y al día siguiente te trata mal. A veces en el mismo día, se encuentra uno con esos cambios.
Y si uno pone la confianza en esa gente, resulta lastimado, porque le duele cuando cambia el contenido del mensaje.
Por eso, lo mejor en esos casos sería mantener la distancia larga siempre con estas personas.
Eso puede asombrar un poco al otro cuando quiere aproximarse porque está de buen humor.
Pero nosotros estamos cuidando la vida, o por lo menos las plumas.

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Y ahora vienen las malas noticias.
¿Qué pasa cuando nosotros, con o sin mala intención, somos los que aportamos el elemento tóxico, o cuando no podemos darle al otro una relación estable, o una relación como el otro necesita o quiere, o cuando sabemos que pasamos por altibajos, o simplemente cuando no tenemos humor, o cuando carecemos de cualquiera de las condiciones necesarias para una relación segura para el otro?
Pues podríamos cuidarlo de nosotros, y ahorrarle el daño, manteniendo con el otro una saludable distancia larga.

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Y este tema daría para más, porque también hay una distancia segura para mantener con la televisión, con las noticias, …y sigue la lista.