viernes 1 de febrero de 2002

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Caminando por la calle, y en el mismo momento, vi que alguien había pintado este cartel:
Todo fluye, hasta la decadencia.
y vi a esa señora que salía de su casa con un perrito blanco chico sujetado con una correa y le decía muy seriamente:
(yo la miré porque de entrada me pareció que me estaba hablando a mí)
"no señor, usted tiene que hacer sus cosas más allá del cordón de la vereda".
Y yo seguí caminando, así como venía, y nunca sabré lo que le contestó el perro a esa señora.

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El hombre estaba dando un examen y vio claramente cómo ese profesor aprobó a cuarenta antes que él, solamente por contestar cuáles eran sus propios nombres y apellidos, y entonces supuso que cuando le tocara a él, quizás podría aprobar.
Pero cuando tuvo que dar su examen, y por una extraña razón que solamente después pudo comprender, en lugar de hacer lo que había hecho con los cuarenta, le preguntó qué pasaba si en alta mar un subterráneo que iba en un buque caía al agua y se hundía. Quería saber, de golpe, este profesor, a la una de la madrugada, qué decían las convenciones internacionales suscriptas por la Argentina, y específicamente quería saber este buen hombre cómo se encuadraba el caso en el derecho marítimo aplicable. Y el interrogado sintió que se hundía, como si hubiese estado viajando como polizón escondido dentro de ese subterráneo.
Lo que fue extraordinario, fue lo que pasó después, porque ese profesor, para reprobarlo, le dijo con una amabilidad infinita:
Mire señor, no es que usted no sepa, se ve que ha estudiado muchísimo.
Yo lo quiero invitar a que lea nuevamente la materia, que fije un poco más sus conocimientos, que indudablemente los tiene, y se presente nuevamente dentro de un mes a dar este mismo examen, y seguramente no va a tener el más mínimo problema en hacerlo.
Pues bien, estoy en condiciones de asegurar que le valió la pena a ese hombre ser tan bien tratado, y por supuesto que no le importó presentarse nuevamente el mes siguiente a rendir su examen, pues de allí en más había aprendido la manera exacta en que debía dar las malas noticias que tuviera que darle a la gente, por el resto de su vida.

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Hay un momento en que desaparece toda la competitividad que existe en el corazón de la gente. Y eso ocurre exactamente cuando termina la fiesta y quedan todos esos platos, vasos, cacharros, cubiertos, cacerolas y demás, todos sucios a más no poder.
Y a mí me gusta, allí donde esté, ponerme a lavar, por más copas que pudiera tener encima, disfrutando de que en el medio del capitalismo más salvaje, nadie haga ningún gesto por ponerse a hacer lo que yo estoy haciendo.