domingo 22 de junio de 2003

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acompañar el dolor de alguien sería posible, si fuera como flotar, si se desistiese de querer evitar lo inevitable;
si en lugar de pretender sacar al otro del campo del dolor, se permitiese uno mismo sumergirse con el otro en el dolor, sin ninguna clase de propósito más que acompañar la experiencia del dolor;
y sin palabras, que el silencio tendrá su valor cuando ya no haya nada que pudiera decirse