martes 8 de julio de 2003

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el hombre tenía un modesto restaurante y le preguntó a su cliente por qué había aparecido por allí, a comer seguido, sin ser vecino conocido. A poco de conversar muy poco, dieron en comprender que sus respectivas esposas compartían la misma grave dolencia;
podrían haberse dicho montones de cosas, pero un segundo antes de despedirse, quizás para siempre, el del restaurante le dió la mano al otro, le deseó muchísima suerte de la buena, y le dijo lo único que podía decirse: para qué vamos a hablar