jueves 11 de julio de 2002

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Puedo presentir, o quizás lo esté deseando, que por cada uno que tira una cáscara de banana en la calle, con peligro para que quien pase por allí se caiga, habrá siempre alguien que pase y la corra con el pie a algún lugar seguro donde no sea peligroso para los transeúntes.

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Sin embargo, por alguna razón que no me resulta posible comprender, si eso fuera cierto, las cosas debieran transcurrir en un cierto equilibrio, y por un fanático de un signo, debería haber otro del otro signo, y las cosas, los dolores, tendrían un equilibrio en alguna parte.

Pero los fanatismos de un signo no se equilibran con nada, y menos con otro fanatismo.

Y el problema humano más tremendo es la diferencia insalvable de esfuerzo que existe entre construir y destruir.

Siempre es más difícil construir, lleva más tiempo, y exige cualidades especiales de distintas clases.

Y para destruir todo el mundo tiene perfecta aptitud, ponerse de acuerdo para eso es más fácil, se hace enseguida y es muy espectacular, porque las cosas suceden, se ven grandes diferencias entre el antes y el después, y pareciera que estuviéramos haciendo algo.

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Sin embargo, la destrucción no ha sido generalmente el fin de las cosas que destruye, y no es porque no haya sido sistemática o porque le haya faltado persistencia.

Posiblemente haya otra ley allí que no la deja llegar hasta el verdadero final.

Lo que deja aunque sea un solo ladrillo para empezar de nuevo, pase lo que pase.