martes 12 de febrero de 2002

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Y cuando dije que ella dudó en la mitad del salto, quise decir además, que no dudó suficientemente antes. Que no se lo pensó suficientemente, como forma de preparar bien ese salto.
Lo digo de esta manera porque yo creo que después, una vez que uno tomó la decisión lo mejor o lo peor que pudo, no habría que pensar más en nada. Después, habría que seguir hasta el final, con todas las ganas. Seguir hasta el verdadero final de todas las cosas.

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¿Y dónde queda el final?.
El final también es un salto que requiere pensárselo bien.
El final debería ser para siempre. Sin ninguna clase de rastros, en lo posible.
Ya de por sí uno sabe que los rastros de cada cosa quedarán para la historia de cada uno. Pero ayuda mucho ir hasta el verdadero final.
Juntar todas las cosas después de la fiesta, o de la catástrofe, o después del evento més insignificante. Limpiar todo, como si no hubiera pasado nada. Limpiarlo todo lo antes posible.
Para estar limpio de lo anterior y poder esperar lo inesperado. Lo que sigue, porque siempre estará lo que sigue.

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Hay gente que afronta su pobreza y su marginalidad con pudor.
Se pueden ver hombres correctamente vestidos caminando por las calles, y no llamarían la atención por ningún detalle en su vestimenta y aseo, hasta el momento que, como distraídamenente, se paran ante un cesto de residuos y meten la mano buscando no sé qué cosa, y luego siguen hasta el siguiente, distraídamente, y se ve como si solamente estuvieran paseando.
Y no es que sea uno solo el que hace esa clase de cosas. Si se presta algo de atención, se los puede ver todo el tiempo.
También está ese señor que pasea su perro. Se detiene a hablar por el teléfono público, marca, espera, golpea el teléfono, esperando que salga una moneda que él no puso, saca un alambrecito del bolsillo, lo mete donde él sabe que puede servir para algo, y así un ratito, como si fuera lo más natural del mundo, como si fuera un señor con su perro haciendo una llamada.
Lo miré, aunque estaba bien seguro de que era un caso más de marginalidad pudorosa. Y lo vi parar para hablar por teléfono en el siguiente teléfono público, y lo vi repetir toda la operación.
Y aunque parezca raro, yo pensé en ese perro, en cuál sería la función de ese perro, quizás darle un aire de respetabilidad e inocencia a ese hombre.
O un poco de compañía en tiempos difíciles, en los que a uno podría parecerle que se siente obligado a tratar de saquear los teléfonos públicos.

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Y no faltarán oportunidades para hablar acerca de formas pudorosas de afrontar la pobreza, pero justamente por eso, me gustaría mirar un poco hacia los que tienen más, que quizás hoy pudieran considerar que tienen algún motivo de queja, ¿porqué no, si la vida no es fácil para nadie?
Y solamente por si yo pudiera evitar algo del sufrimiento evitable, les pediría a todos los que pueden comer y tomar algo agradable en un restaurante, o simplemente en un café, que vean si pueden sentarse en el interior del local.
Porque yo pienso cómo podría caerle a alguien que no ha comido y no sabe cuándo podrá hacerlo, encontrarse con la feliz visión de esa gente comiendo y bebiendo al lado de las ventanas, y en las mesas que ponen en las veredas.