domingo 14 de julio de 2002

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Ayer en este mismo sitio se hablaba de la cantidad de gente que duerme a la intemperie en la plaza Congreso de la ciudad de Buenos Aires. Y entonces quisiera contar que puede verse lo mismo en Tokio, desde el atardecer en adelante, bordeando la reja que rodea el inmenso parque que tiene la residencia del emperador. Son cosas que se ven en muchos lugares, lamentablemente.

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Recordando Japón, un país indudablemente desarrollado, se puede ver un tratamiento responsable de la basura, por lo menos más responsable de lo que se ve por estos lugares. Se separa la basura domiciliaria según sus características, y se recoge distinta calidad de basura distintos días, criterio que se respeta aún en áreas alejadas de las ciudades.

Y yo pensé que no estaría de más un manejo responsable de los desechos que las sociedades van generando en su crecimiento o en su extinción, en materia de seres humanos.

Porque por más difícil que uno lo vea, por utópico que parezca, renunciar siquiera a pensar en la posibilidad de un manejo responsable de los seres humanos que se caen de las sociedades, sería ponerlo directamente como imposible, sin que esté demostrado que realmente lo sea.

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Pero estaban en Buenos Aires ese padre y ese hijo que caminaban por esa calle, y veían a esos niños acomodándose con su madre bajo una especie de toldito de plástico, bromeando entre sí como bromean los niños de todos los mundos cuando llega la hora de acostarse, aunque esa noche esos niños iban a dormir a la intemperie, en pleno invierno.

Viendo eso, mientras seguían caminando, el niño le preguntó a su padre:

porqué no están tristes?

Y el padre le contestó:

porque se puede estar triste un tiempo nada más, después hay que hacer la vida más normal que se pueda.