miércoles 13 de febrero de 2002

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Y ayer, aquí mismo se hablaba de llegar al verdadero final de las cosas.
Eso es porque cuando uno no da para más, generalmente todavía le falta lo peor.
Y todo eso que se advierte como sufrimiento puro, como algo inútil y sobreabundante, nos parece una verdadera exageración.
Y es posible que sea así, pero también es posible encontrarle una explicación, una razón, un motivo.
En un libro que no citaré aquí, hace una comparación entre estos procesos psicológicos y la alquimia. En el proceso de la alquimia hay una etapa en que se sella el recipiente y no se hace nada, si es que yo entendí bien.
Y esa etapa es comparable al tiempo que nos tomamos entre el momento en que advertimos que la situación podría llegar a estallar, hasta que la situación estalla verdaderamente, cuando mientras tanto, no podemos hacer nada, solamente aguantar.
Durante ese tiempo hay una compresión, una acumulación de energía, aunque parezca lo contrario, hay un desgaste útil, una magnificación del sentimiento y de la experiencia, o cualquier otro proceso que requiera cada situación y cada persona, y ese es un período que puede llevar días, meses o años.
Pero que salteárselo por impaciencia, por ver qué cosa nueva mejor nos podría tocar, por miedo, o por cualquiera de las buenas razones que podamos encontrar, no nos ahorrará sufrimientos en el futuro.
Primero porque la nueva experiencia podría estar manchada por sentimientos remanentes de la vieja situación que todavía no hubieran terminado de quemarse, y después porque en el vacío están todas las posibilidades, y si no se termina la experiencia hasta el verdadero final, estamos llenos, aunque pensemos que estamos vacíos.

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Paseamos por decorados que nos representan una continuidad con el ayer, pero son decorados, nada más.

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Pensando en el pudor con el que muchas personas afrontan la pobreza y la necesidad, llego a entender que no tenemos mucha suerte en nuestra forma de pensar y de sentir, si además de tener las penurias de la situación, sentimos que debemos excusarnos por ella o disimularla de alguna manera.
Creo que cada uno de nosotros lleva una sórdida lucha con la sociedad y con su tiempo, y lo hace pensando que tiene que arreglárselas para poder individualmente con eso.
Y cuando las cosas no salen de acuerdo con lo planeado, lo asumimos como una derrota personal. En una sociedad que no nos ha acostumbrado a convivir con ese sentimiento, a tolerarlo.
Y entonces, la persona puede sentir como un alivio si puede hacer como si la pobreza no existiera, o si pudiera, mágicamente, hacerla invisible para los demás que están tratando de hacer lo mismo.
Pero el pudor de la pobreza, con ser un veneno y una carga adicional, me parece también que en otros casos puede corresponder al sentimiento de una persona que estando más allá de todo eso, dice, cuidemos la imagen,
porque esto no tiene porqué ser así para siempre, y además yo no soy la pobreza, estoy muchísimo más allá de eso.
Y eso es grande.