jueves 14 de febrero de 2002

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Viajar en el subterráneo trae consigo una cantidad de sensaciones y experiencias conocidas.
Salvo cuando ocurre algo que nos quita las ganas de decir "ya lo ví".
Era un hombre de unos 25 – 30 años, vestido correctamente como podría hacerlo un oficinista, con camisa blanca, sin corbata y sin saco. Cuando subió al subterráneo llevaba en la mano unos papeles comunes del tipo de los de tamaño carta. Cuando empezó a repartirlos yo pensé que serían poemas, o la historia de su enfermedad, o cualquier argumento ya visto. Estaba esperando que el tren llegara a la estación para cambiar de vagón, y ya estaba por bajar cuando escuché lo siguiente:
Ustedes ya saben mi especialidad porque lo dice el papel que les entregué. Estoy buscando trabajo, así que si alguno de ustedes conoce dónde puedo conseguir un trabajo, por favor puede decirme.
Y yo me subí al otro vagón, pensando que uno siempre se sorprende, y que me había quedado sin saber la especialidad de ese hombre. A los pocos minutos apareció en el vagón donde yo estaba, y pude ver la especialidad de ese hombre, mirando el papel que le dió a una persona que estaba al lado mío. Yo nunca tomo los papeles que me dan en estos casos. La verdad es que la profesión podría haber sido cualquiera, pero el papel decía, nombre apellido, datos personales, y, lamento decirlo, detallaba: desarrollo de Internet, diseño gráfico….
Y yo pensé que si el hombre hubiera sabido de subterráneos, buscaría trabajo en Internet, pero como estaba capacitado en temas de Internet, buscaba trabajo en los subterráneos.
Y también pensé que este hombre quizás hacía esto como recurso original, que indudablemente lo es, pero también pensé que estos tiempos nos llenan de preocupaciones y de confusión y de necesidades. Y muchas veces hacemos cosas simplemente porque no sabemos qué hacer.

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Y este episodio del subterráneo me hizo recordar al personaje de una revista de historietas chilena, Condorito.
Condorito visita en su comercio a su amigo Ungenio González, que a todas luces estaba en la ruina.
Ungenio le dice: el mes pasado perdí mil pesos con este comercio, y este mes ya llevo perdidos dos mil pesos.
Y entonces Condorito le dice: ¿y porqué no lo cierras?
Y Ungenio le contesta: ¡estás loco! Si lo cierro, ¿de qué voy a vivir?

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Conocí a un hombre que buscaba trabajo en un laboratorio de especialidades medicinales, y como parte de las entrevistas previas le dijeron que debía aprenderse unos folletos de esos que se les entregaban a los médicos. Le hacían una serie de entrevistas, y eso era parte de la preparación para la entrevista de ese día.
Y conseguir trabajo era bien difícil, pero no tanto como lo sería algún día, después de que eso estaba sucediendo.
Y el entrevistador que tenía esa suficiencia de los entrevistadores, que disfrutan dando imagen de sentirse más allá de las dificultades de la vida, le deslizó, como sin darle importancia:
no es que usted le quede mal la barba, se trata de que en esta compañía no se acepta que sus representantes usen barba, por la imagen de la empresa.
A la siguiente entrevista el postulante concurrió afeitado, y el mismo personaje le dijo dos cosas:
que le quedaba muy bien el haberse afeitado, y que, si hubiera alguna novedad que comunicarle respecto de la posibilidad de trabajar en ese laboratorio, lo llamarían oportunamente.
Que fue la forma tenía ese hombre para expresarles a los postulantes que ya nunca los llamarían para nada.

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Con este asunto de las fronteras nacionales se dan cosas extrañas. Por ejemplo, imaginaba qué sentiría un inglés o un irlandés que llegara a Buenos Aires, y viera que una buena mayoría de los taxis tienen en el parabrisas una muy visible identificación de letras rojas sobre fondo blanco que dice IRA.
Y hay que acercarse mucho para leer que en vez de Ejército Republicano Irlandés, dice en tipografía muy chiquita: Interconexión Radioeléctrica Autorizada.
Y recordé que por una de las ciudades de Entre Ríos, una de las provincias argentinas, y por la zona de Uruguay limítrofe con dicha provincia, circula tranquilamente una empresa de transporte cuyo logo dice en grandes letras:
ETA
y da una cierta impresión un poco indefinible ver esos grandes carteles en los ómnibus y locales de la empresa.

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Tuvimos una discusión con mi esposa. Y yo descubrí que así como las discusiones empiezan en el momento en que uno menos se lo espera, terminan en cualquier momento, y puede ser en forma inesperada.
Esta discusión había empezado por un motivo bien minúsculo, como corresponde, pero me interesa contar cómo terminó:
yo estaba diciéndole muy seriamente:
…y además, …¡nunca voy a mejorar!
y ella se empezó a reír a carcajadas, como si hubiera oído la cosa más graciosa del mundo,
y nadie puede discutir cuando el otro se ríe a carcajadas.