miércoles 22 de octubre de 2003

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había sido el día de la madre en ese país, y la señora le dio en la mano para que lo viese un hermoso regalo que había recibido, y su hermano, no se sabe cómo, lo dejó caer y se rompió en mil pedazos, ante la sorpresa de todos, provocando la carcajada del hijo del culpable, que hizo lo que se esperaba que hiciera un muchacho de doce años ante una escena típica de dibujo animado;
al disculparse una vez más por el incidente, el hombre escuchó luego de su cuñado una historia de otras culturas, en las que cuando estaban ante una desgracia menor o mayor, la tomaban como sacrificio ante la divinidad para propiciar bendiciones por venir, y de esa manera le otorgaban al evento sentido positivo potencial, a pesar del dolor actual por la pérdida, fuese cual fuese;
perder es como el peaje que se paga para ganar, y así funciona algunas veces;
aun sin llegar tan lejos, viéndolo de ese modo, por lo pronto uno no le agrega a la pérdida -que es inevitable-, el revolverse en la pérdida y en el dolor y en la culpa por la pérdida