20.6.2021.4

Los diarios de Emilio Renzi 3; Ricardo Piglia

El olvido. Es uno de los grandes temas de la literatura, dijo Renzi al empezar su clase. Ser olvidado, la tragedia del amante abandonado que sabe que se ha perdido en la memoria de la persona que ama. Y luego el no poder olvidar, otro gran tema, los recuerdos como una condena, el remordimiento.

Me gustaría abrir esta cuestión hacia tres hechos lingüísticos que quizá nos permitan avanzar un poco. Comencemos con la distinción entre enigma, misterio y secreto, tres formas en las que habitualmente se codifica la información en el interior de los relatos.

El enigma sería, como sabemos, incluso por etimología[1], la existencia de algún elemento —puede ser un texto, una situación— que encierra un sentido que no se entiende pero se puede descifrar. Enigma etimológicamente quiere decir «dar a entender».

[1] Enigma. Lat. aenigma. Tomado del gr. áinigma, -atos. Frase equívoca u oscura, derivado de ainíssomai, «dar a entender». <<

El misterio, en cambio, sería un elemento que no se comprende porque no tiene explicación, o que al menos no la tiene en la lógica de la razón o del concepto de realidad que está dado, y dentro de la cual nos manejamos.

En cuanto al secreto, se trata también de un vacío de significación, un olvido, algo que se quiere saber y no se sabe, como el enigma y el misterio, pero en este caso es algo que alguien tiene y no dice. Es decir, el secreto es un sentido sustraído por alguien. Entonces, el texto gira en el vacío de eso que no está dicho; dentro de la serie a la que vengo refiriéndome, tiene la particularidad de remitirnos a algo que está guardado —y aquí otra vez es pertinente la etimología de la palabra secreto[2]—, por lo que genera inmediatamente una serie bien conocida, se asimila con el chisme, con las distintas versiones que circulan de una misma historia: quién sabe qué, quién no lo sabe…

[2] Secreto. Lat. secretum, «separado, aislado, remoto», participio de secernere, «separar, aislar», derivado de cernere, «distinguir, cerner». <<

En esta serie quisiera retomar la noción de olvido. Hay algo olvidado porque es indescifrable o porque es incomprensible o porque alguien lo ha borrado. Pero la cuestión, para nosotros, es si el olvido puede ser deliberado y qué clase de estrategia sería ésa, qué provoca o produce un olvido, es decir, que algo sea olvidado.

En el aula del segundo piso se amontonaban cerca de trescientos alumnos que ocupaban los bancos pero también se sentaban en el piso, en el pasillo, muchos tomaban notas y fumaban y otros enfilaban sus grabadores hacia la tarima desde donde Emilio hablaba y cada tanto se daba vuelta para anotar palabras en el pizarrón y luego, con la tiza todavía en la mano, bajaba de la tarima y caminaba de un lado al otro del cuarto, siguiendo una línea horizontal aprovechando la zona libre que había entre la pared y la primera fila de pupitres.

La palabra olvido está formada con raíces latinas. Sus componentes léxicos son el prefijo ob (sobre) y levis (ligero). El verbo olvidar viene del latín oblitare, derivado de oblitus, éste es el participio del verbo oblivisci (olvidar), formado de ob- (contra, enfrente, oposición) y livisci, de la raíz indoeuropea lei (viscoso, liso), que dio lima, instrumento para limar, y linimento. La idea original era el deslizarse de la memoria, el patinar hacia el olvido.

Nos referimos ahora a las palabras griegas, y escribió en la pizarra, con los vagos recuerdos que tenía de Griego III que había cursado cuando era estudiante, en la Facultad, αλήθεια/alicia/(= verdad) y λήθη/lici/(= olvido). El significado de la palabra αλήθεια, en griego, procede del estado en el que las cosas no pertenecen al olvido, es decir, son conocidas y patentes y, por eso, son esencialmente verdaderas. Además, la palabra griega λάθος/lazos/(= error) se relaciona con las palabras αλήθεια y λήθη, dijo mientras las copiaba en la pizarra, ya que todas estas palabras tienen su raíz en el verbo λανθάνω/lanzano/(= escaparse algo de la atención de alguien, estar latente, no ser manifestado).

Efectivamente, cuando algo se escapa de nuestra perspectiva, percepción o atención, solemos caer en errores. Siguiendo esta misma línea de pensamiento, la memoria (μνήμη/mnimi/en griego) es una herramienta muy importante para defender la verdad, para defendernos a nosotros mismos, diría, dijo Renzi. En la tradición griega, entonces, el olvido es antagónico de la verdad y no ya de la memoria, es decir, puede ser asimilado a la construcción de un mundo ilusorio y frágil. No se trata de la doxa ni del error, sino más bien de una clase vacía de ente, o sea, perteneciente a una categoría de objetos que están al mismo tiempo ausentes y latentes. Ya saben que en el seminario nosotros definimos la ficción como una forma particular de enunciación, definida, como les he dicho, del siguiente modo: «El que habla no existe». Aquel que dice y narra en un relato no existe, ésa es la verdad de la ficción; más allá de que todo lo que se dice en el relato sea real y pueda verificarse, la ficción no depende del contenido verdadero o falso de lo que se cuenta, sino de la posición del que enuncia, al que definimos como sujeto olvidado.

Cada tanto la puerta se abría y entraban otros estudiantes retrasados que buscaban un lugar donde meterse, sin que Renzi le hiciera el menor caso a la interrupción. Olvidar, dijo, es una acción, en principio, involuntaria, que consiste en dejar de guardar en la memoria la información adquirida. A menudo el olvido se produce por el «aprendizaje interferente», que es el aprendizaje que sustituye a un recuerdo no consolidado en la memoria y lo «desaparece», por decirlo así, de la conciencia. Debemos recordar que uno recuerda que ha olvidado algo, es decir que sabe que tenía un conocimiento que ya no está allí, es decir, se tiene conciencia de haber tenido eso. Así, los recuerdos olvidados no desaparecen, sino que son sepultados en algún lugar. Llamaremos a ese paso el archivo amnésico, es decir, el lugar o el sitio o el espacio donde se acumulan los rostros, las palabras, los hechos, las personas que hemos olvidado. Es una especie de limbo donde persisten invisibles los recuerdos perdidos. En el campo argentino, en el desierto, más allá de la frontera, en tierra ajena, como dice Fierro, los recuerdos olvidados se manifiestan y se hacen ver como un brillo, como luces malas, que así se las llama en la pampa nuestra.

Martín Fierro canta para no olvidar y Facundo, según Sarmiento, tiene una memoria prodigiosa, recuerda el nombre de todos sus soldados. Rosas reconoce en qué estancia de la provincia está por el sabor de los pastos. Hay algo bárbaro en la memoria excesiva. El Funes de Borges es un hombre primitivo y ya Platón había opuesto la letra a la memoria. Sin embargo, en uno de los grandes relatos de la literatura argentina, Martínez Estrada cuenta la historia de un hombre que recuerda un libro entero que se ha perdido, y sobre la base de su memoria fotográfica escribe el prólogo a la obra ausente. En Los adioses de Onetti el narrador «olvida» unas cartas que reaparecen al final de la historia y que son decisivas para descifrar el enigma del relato y que, al ser recordadas fuera de lugar, hacen posible otra verdad. Me gustaría que ustedes registraran los momentos de olvido que se narran en los textos de ficción de Onetti y de Felisberto Hernández y de Rulfo, donde aparece narrada la acción de olvidar o de perder la memoria de un hecho.

Para nosotros la forma nouvelle se estructura en base a la narración de un olvido que se convierte en el centro de la trama. ¿Por qué? Porque si se recordara habría que escribir entonces una novela. La concentración de la forma nouvelle está fundada en el olvido. Pero no en cualquier olvido, sino en un vacío que se da y que circula en el marco de la historia, es decir, entre quienes cuentan la historia. Son ellos los que no pueden recordar algo —una cara, una dirección, un nombre— y por eso narran. La narración se teje con la tela del olvido. Ejemplo: El corazón de las tinieblas de Conrad o el Bartleby de Melville y las grandes novelas cortas de Kafka.

En la mitología griega, Lete (Λήθη), literalmente «olvido», o también Leteo (del latín Lethæus) era uno de los ríos del Hades. Beber de sus aguas provocaba un olvido completo. Algunos griegos antiguos creían que se hacía beber de este río a las almas antes de reencarnarlas, de forma que no recordasen sus vidas pasadas. Y algo de eso hay en Pedro Páramo de Rulfo y en los fantasmas de los cuentos de Cortázar y en Sombras suele vestir de José Bianco.

Lete era también una náyade, hija de Eris («Discordia» en la Teogonía de Hesíodo), si bien probablemente sea una personificación separada del olvido más que una referencia al río que lleva su nombre. Algunas religiones mistéricas privadas enseñaban la existencia de otro río, el Mnemósine, cuyas aguas al ser bebidas hacían recordar todo y alcanzar la omnisciencia. A los iniciados se enseñaba que se les daría a elegir de qué río beber tras la muerte y que debían beber del Mnemósine y no del Lete. Estos dos ríos aparecen en varios versos inscritos en placas de oro del siglo IV a. C. en adelante, halladas en Turios, al sur de Italia, y por todo el mundo griego. El mito de Er, al final de la República de Platón, cuenta que los muertos llegan a la «llanura de Lete», que es cruzada por el río Ameles («descuidado»). Había dos ríos, entonces, llamados Lete y Mnemósine, en el altar de Trofonio en Beocia, de los que los adoradores bebían antes de hacer consultas oraculares con el dios. Entre los autores antiguos se decía que el pequeño río Limia, cerca de Ginzo de Limia (Orense), tenía las mismas propiedades de borrar la memoria que el legendario Lete. En 138 a. C., el general romano Décimo Junio Bruto Galaico intentó deshacer el mito, que dificultaba las campañas militares en la zona. Se dice que cruzó el Limia y entonces llamó a sus soldados desde el otro lado, uno a uno, por su nombre. Éstos, asombrados de que su general recordara sus nombres, cruzaron también el río sin temor, acabando así con su fama de peligroso.

En la Divina Comedia, la corriente del Lete fluye al centro de la tierra desde su superficie, pero su nacimiento está situado en el Paraíso Terrenal, localizado en la cima de la montaña del Purgatorio. Y luego Renzi, de memoria y con tono elegíaco en su italiano perfecto y con su pedantería habitual, citó los versos en los que por primera vez aparece la referencia al río milagroso:

E io ancor: «Maestro, ove si trova

Flegetonta e Letè? ché de l’un taci,

e l’altro di’ che si fa d’esta piova».

«In tutte tue question certo mi piaci», rispuose; «ma’l bollor de l’acqua rossa dovea ben solver l’una che tu faci.

Letè vedrai, ma fuor di questa fossa, là dove vanno l’anime a lavarsi

quando la colpa pentuta è rimossa». Poi disse: «Omai è tempo da scostarsi dal bosco; fa che di retro a me vegne: li margini fan via, che non son arsi, e sopra loro ogne vapor si spegne».

En una obra de teatro perdida y sin nombre de Eurídice, de la que han sobrevivido sólo siete fragmentos citados por Heródoto, todas las sombras deben beber del Lete y convertirse en algo parecido a piedras, hablando en su inaudible lenguaje y olvidando todo lo del mundo. Asimismo, en Hamlet, de William Shakespeare, se hace mención al río Leteo y es el espectro del padre quien recuerda el río del olvido. Entonces, otra vez de memoria (lo había memorizado la noche antes repitiendo los versos frente a un espejo), citó en su inglés isabelino aprendido con Miss Jackson:

Ghost, dijo, con voz de ultratumba y aclaró, cambiando la voz: Habla el espectro del padre.

I find thee apt;

And duller shouldst thou be than the fat weed

That roots itself in ease on Lethe wharf,

Wouldst thou not stir in this. Now, Hamlet, hear:

‘Tis given out that, sleeping in my orchard,

A serpent stung me; so the whole ear of Denmark

Is by a forged process of my death

Rankly abused: but know, thou noble youth,

The serpent that did sting thy father’s life

Now wears his crown.

Se hace referencia a las aguas del río Lete en el poema número LXXVII, «Spleen», de Las flores del mal de Charles Baudelaire. Y con su francés macarrónico, teniendo en la mano una fotocopia del párrafo, recitó los versos con aire misterioso:

Le savant qui lui fait de l’or n’a jamais pu

De son être extirper l’élément corrompu,

Et dans ses bains de sang qui des Romains nous viennent,

Et dont sur leurs vieux jours les puissants se souviennent,

Il n’a su réchauffer son cadavre hébété

Où coule au lieu de sang l’eau verte du Léthé.

Por otro lado, agregó leyendo sus notas, también en la «Oda a la melancolía» de John Keats se citan las aguas del olvido, y repitió los inolvidables versos en su inglés aprendido en la infancia:

No, no, go not to Lethe, neither twist

Wolf’s-bane, tight-rooted, for its poisonous wine;

El venenoso vino, tradujo con ironía; a Borges le gustaba esa figura, y, si no, recuerden su poema «Al vino», donde también se alude al olvidadizo río, y luego de una pausa un poco teatral recitó dos versos del poema con la cansada entonación borgeana:

Que otros en tu Leteo beban un triste olvido;

yo busco en ti las fiestas del fervor compartido.

Luego de iluminar esas referencias y otras, les pidió a los estudiantes que buscaran el contexto de los versos citados, es decir, que leyeran completos los poemas. Así, Renzi dio por terminada la clase y les pidió a los estudiantes que para la próxima le escribieran un resumen de veinte líneas del argumento de la nouvelle de Onetti Tan triste como ella. Por favor, dijo, mientras se retiraba, escriban a máquina, quiero decir, en la computadora, a dos espacios, sin tachaduras, tratando de ser claros y de no interpretar el relato, sino de volverlo a narrar. Yo analizaré lo que han olvidado de la trama al volver a contarlo. Nos vemos en la próxima, dijo, y bajó del estrado e inmediatamente fue rodeado por un grupo de estudiantes que le hablaban todos al mismo tiempo.

[1] Enigma. Lat. aenigma. Tomado del gr. áinigma, -atos. Frase equívoca u oscura, derivado de ainíssomai, «dar a entender». <<

[2] Secreto. Lat. secretum, «separado, aislado, remoto», participio de secernere, «separar, aislar», derivado de cernere, «distinguir, cerner». <<

Los diarios de Emilio Renzi 3; Ricardo Piglia